Una soberbia lectura de las Noches en los jardines de España marcó el momento musicalmente más importante del sexto concierto de abono de la Orquesta Filarmónica. El diálogo de Iván Martín al piano y Pedro Halffter en el podio se hizo visible y, sobre todo, audible en el juego de correspondencias armado sobre las flexiones del tempo, los acentos del fraseo y las sutilezas atmosféricas de la estética "nocturna". Sin urgencias virtuosistas, en las que también es maestro, el pianista se alonga en las curvas de una música de jardines que guarda secretos en el interior de las notas y en las resonancias de una sensibilidad que va más allá de la escritura. Manuel de Falla quiere que el piano suene a guitarra y voces "jondas" sin dejar de ser piano en su mejor proyección expresiva. Iván Martín entra a fondo en los sentidos y sus manos pulsan y articulan certeramente las intensidades que en la escucha han de traducir los paisajes. Sus texturas y hasta la memoria de los aromas. Formidable intérprete en fusión con un maestro no menos inspirado y una orquesta capaz de cantarlo todo.

Comenzó el programa con la Obertura cubana de Gershwin en clima exultante, vitalista y poderosamente afirmativo. No sé si la música cubana se reconoce en ella, ni hasta dónde fuerza el autor su background jazzístico, el blues como motor de un espléndido lenguaje, pero se trata de una página muy estimulante en las pautas rítmicas y de gran riqueza sinfónica en el arreglo de Oates, que hace significativas las muchas lineas confluyentes en un discurso del que nada sobra. Impecable versión de la batuta y el colectivo en un alarde de imaginación colorística sobre el poderoso impulso de la fiesta.

Sobran, en mi modesta opinión, tres cuartas partes de Harmonielehre de John Adams, mejor operista que sinfonista. Irrita bastante que haya tomado un tótem de Schoenberg (su Tratado de armonía) para un título que en apariencia pretende replicar al genio vienés con lo peor del minimalismo repetitivo, un mazacote orquestal que resume eso que en Europa llamamos "barbarie norteamericana" (con honrosas excepciones, incluso minimals). Adams boicoteó cuanto pudo la difusión de Schoenberg en EE UU y, escuchando sus obras, parece claro el intento de monopolizar el espacio de la contemporaneidad con una rancia variable de la tonalidad y un procedimiento simplón, aburrido y larguísimo. Más allá de la obra, el trabajo de Halffter y la megaorquesta fue espectacular, perfecto en la muy difícil ejecución de una pieza sin ideas de valor aunque, eso sí, elefantiásica. Menos mal que Falla estaba en programa...