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Reflexión

Análisis del riesgo (financiero)

Con frecuencia escuchamos o leemos alusiones a la escasa oferta de crédito por parte del sistema financiero, poniendo en "solfa" el hecho de que en este país no abren lo suficiente el "grifo" del dinero, a pesar de las ingentes ayudas que han recibido para sanear sus balances y de la imperiosa necesidad de que fluya para el despegue de nuestra economía. Dicho de otra forma, se echa de menos -con razón- una mayor y mejor financiación, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas. Como son hechos cuantificables poco se puede añadir desde esa -única- perspectiva; "lo que no son cuentas son cuentos" o podría parecerlo.

Detrás de las cifras en las que se apoyan esos comentarios existen consideraciones que sugieren alguna reflexión, y es lo que pretendo hacer a través de estas líneas.

Parece oportuno recordar que dentro del sistema financiero español coexisten los bancos tradicionales y las cajas de ahorro; entre éstas se produjo una reordenación sin precedentes (de 45 existentes en 2007, tras varios procesos de fusión hemos pasado a 14, casi todas transformadas en bancos de nuevo cuño). Y fueron las cajas de ahorro, y no todas, las que recibieron aquellas ayudas (rescate), con apoyo mayoritario procedente de la UE, pero no los bancos. No obstante, en el plano que estoy contemplando, la casuística es común a unos y a otras.

Todo el sector financiero experimentó en su negocio y en su valoración los mismos o parecidos efectos negativos derivados de la crisis que prevalece. Por un lado, la caída de su actividad consecuencia de la atonía de los mercados en general y, por otro, la repercusión que esta circunstancia ha tenido y continúa teniendo en uno de los indicadores más significativos de la calidad de sus inversiones: la morosidad de los créditos concedidos. El último dato publicado por el Banco de España, referido al 31.12.14, sitúa la ratio correspondiente en un 12,5% (a nivel global), ligeramente por debajo de su máximo histórico (13,6% registrado un año antes); por cierto, en la crisis anterior de 1994 alcanzó el 9,2%.

En un escenario anterior al estallido de la crisis, con facilidades para obtener recursos, con moderados tipos de interés, junto a inoportunas políticas de expansión para conseguir mayores cuotas de negocio, los bancos y cajas de ahorro flexibilizaron hasta tal punto sus criterios de concesión que -para un cliente- no era difícil obtener un crédito y -para una entidad financiera- la dificultad estaba en encontrar al que aceptara sus ofertas; este fenómeno fue especialmente ilustrativo en el sector del "ladrillo". El cambio de rumbo en estas políticas ha sido tan drástico como indiscriminado, y quizás por eso la incomprensión se ha hecho también más patente.

De aquellos polvos estos lodos. Pero una cosa es examinar lo ocurrido y sacar algunas conclusiones como las descritas (es lo que se conoce como predicción retrospectiva, que solemos formular bien los economistas), y otra hacer buenos pronósticos sobre la base de cómo está la situación actual. Aunque se puedan constatar señales de recuperación económica conviene tener presentes y actualizar, si fuese necesario, alguno de los criterios básicos que deben aplicarse en cualquier política de análisis de riesgos (así es como se denomina en el "argot"), sin la cual la concesión del crédito puede convertirse en el mejor de los despropósitos? una vez más.

En el contexto actual y aún contando con liquidez suficiente en el sistema para aumentar el apoyo a las empresas y a los particulares, algunas opiniones relativas a la insuficiente fluidez del crédito parecen incompletas o distorsionadas. Trataré de explicarme mejor a continuación.

Aunque sea una obviedad, pa-ra que exista financiación se requiere una petición por parte de los interesados. Como se ha comentado, después de haber asistido a un incremento del crédito, tan desaforado como desafortunado, durante los años anteriores al estallido de la burbuja inmobiliaria, con los efectos directos y colaterales de todos conocidos, las solicitudes de financiación se vieron sensiblemente reducidas. Actualmente se detectan signos de recuperación de la demanda, pero aún es patente la prudencia por parte de los potenciales prestatarios.

Es otra obviedad que cualquiera que esté dispuesto a prestar dinero lo hará sobre la base de razonables expectativas para recuperarlo. Aquí no creo que quepan excepciones en ningún nivel y si las hay estaremos en un planteamiento distinto, como son las donaciones o subvenciones, las ayudas a fondo perdido, etc., tanto a nivel estatal como privado.

¿Y qué principios utilizan o deberían utilizar las entidades financieras? El primero la seguridad y el segundo la rentabilidad, por este orden; esta segunda variable está muy relacionada con la primera, pero no al revés, quiero decir que un mayor tipo de interés no justifica una mayor flexibilidad en los criterios de concesión. Por cierto, son variables homologables en otros campos de la actividad económica.

La seguridad absoluta es una utopía y más donde existen incertidumbres evidentes, por eso lo que puede y debe hacerse es tratar de minimizar el riesgo y, en el ámbito al que me estoy refiriendo, hay síntomas que podrían cuestionar la idoneidad de un prestatario y por tanto la conveniencia de formalizar una operación crediticia. Estos son algunos:

En el propio planteamiento: la urgencia, la ambigüedad, la incoherencia respecto de la finalidad o la inviabilidad del proyecto que se pretende financiar.

Los incumplimientos que se deducen de la experiencia previa con el peticionario

En el caso de empresas, los desequilibrios que se desprenden incluso de sus propios estados contables (dimensión inadecuada, valoraciones excesivas de sus activos, pérdidas recurrentes e insuficiente generación de recursos, falta de control del gasto, etc.)

Informaciones públicas negativas no justificadas (demandas judiciales, embargos, anotaciones de morosos en RAI / Asnef).

Los factores mencionados no son los únicos, pero en muchas ocasiones pueden ser determinantes a la hora de aprobar o denegar un crédito de cualquier naturaleza. Por tanto, no cabe apelar -sin más- a la necesidad de que fluya la financiación; en todo caso, lo razonable, incluso lo exigible por el bien de todos, es que tanto la oferta como la demanda se formulen con rigor y se traten con criterios ortodoxos que, dicho sea de paso, son los que tienen que presidir el análisis de cualquier riesgo? incluso el financiero, como es el caso.

(*) Economista

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