En los últimos días se han publicado varias encuestas electorales en los periódicos isleños. Todas presentaban una característica común: la inverosimilitud. Incluso militantes de las opciones más favorecidas las comentaban a mandíbula batiente. Es un fenómeno extraordinariamente curioso. Hasta hace poco tiempo se consideraba un principio básico de prudencia política no publicar encuestas electorales triunfalistas si la posición de tu partido o tu liderazgo era, digamos, de cierta debilidad. La razón es muy obvia: frente a la satisfacción narcisista de disfrutar de tu hipotética victoria esculpida en un gráfico anida un doble peligro: desmovilizar a tus votantes ("esto va bien y está más o menos ganado") y estimular a tus adversarios ("estos pueden ganar o conservar el poder: debemos trabajar más, más intensa y cohesionadamente"). Ni siquiera cabe la razonable intención de insuflar ánimos entre compañeros, militantes o simpatizantes del partido. No se genera ánimo ni ilusión con exageraciones demoscópicas, bien al contrario, se transmite una estupefacción incrédula y paralizante.

El tristemente desaparecido Pierre Bordieu lo explicó a la perfección: "Las encuestas de opinión pública son, en su estado actual, un instrumento de acción política: su función más importante consiste, quizás, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de las opiniones individuales". En nuestro contexto de crisis (todavía larvada) de legitimación política del sistema de partidos esa ilusión operativa alcanza ya la naturaleza de ilusionismo político. La encuesta electoral pretende enmascarar un futuro incierto en el que las geometrías políticas tradicionales pueden saltar por los aires pronosticando unos daños colaterales asumibles por el status quo. La difusión de encuestas electorales como las que aquí se comentan representan, más bien, un grito. Uno de esos gritos que el protagonista de una pesadilla lanza porque teme y desea al mismo tiempo despertarse. Lo más asombroso, sin embargo, es que ante una sociedad civil harta, desconfiada, empobrecida, asqueada por los enjuagues y turbiedades de una democracia de baja intensidad, una de las respuestas sea, precisamente, pretender contagiarla con los inciertos resultados de encuestas publicitarias. Es que no aprenden. Es que parecen decididos a no aprender en absoluto mientras un modesto coro demoscópico interpreta, elevad vuestros corazones, sus infinitas bienaventuranzas.