Esta sensación vieja de estar viendo en un bucle infinito "La caída del Imperio Romano", provoca daños irreparables. Mi amigo Alfonso, tinerfeño y periodista, me lo demostraba el pasado sábado en el restaurante El coto de Antonio: "Sólo nos queda un último refugio, como a Bogart, y no es la flaca Lauren Bacall." "¿Un último refugio para?" le pregunté "Para la estética, porque la ética nos ha echado a perder. Nos quedan las lolitas y las señoras francesas". "No me dirás que la culpa es de los políticos, no te creo capaz de caer en ese tópico" "No, hombre no. Me refiero a la ética de los espíritus, de los amores, de los enamoramientos, del deseo que nunca se corrompe porque nunca se consuma." Me empezó a interesar la conversación. Alfonso, como hace siempre, manipulaba de manera infinita un cigarrillo antes de encenderlo, aunque en esta ocasión sabía que no podría hacerlo salvo en la calle. "¿A que sigues admirando a Jane Birkin, a François Hardy, a Jane Fonda a?"? "No sigas. Por supuesto. Pero con los años me empiezan a gustar casi tanto las adolescentes, las púberes canéforas prohibidas salvo para Carroll y Machado." "Pues de eso se trata. Yo adoro y amo inmensamente a mi mujer, y quiero a mis hijas, pero mi ansiedad estética de permanente adolescente en ciernes, como escribió Leopoldo Panero cuando murió su hermano Juan, ha encontrado el refugio perfecto del onanismo imposible y por tanto también incuso, en esas señoras, de modelo francés, señoras francesas, y en las lolitas." Por infausta que me pareciera su propuesta, coincidía con ella plenamente, y siguió "Es más, tengo una amiga en Oviedo que es la quintaesencia del conjunto: es señora francesa, ya cercanos los sesenta tacos pero sigue siendo bella, y tiene dos hijas que son puras lolitas, aunque estén más cerca de los treinta que de los veinte." Me desperté sofocado, y sudoroso. Todavía entre la pesadilla y la angustia, mi mujer me susurró mientras acariciaba mi hombro "¿Estás bien?" "Sí, creo que sí, ha debido ser una pesadilla, el estrés de la crisis." "Es que me he preocupado un poco: estabas cantando a voz en grito la marsellesa, y después te parabas y gritabas algo así como viva Nabokov, Kubrick y Jeremy Irons, y volvías al himno francés. ¿De verdad que estás bien?" "Sí, no te preocupes, todo bien. Duerme tranquila, mañana será otro día." Y seguirá la película, y la caída, supongo.