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El análisis

Patada a seguir

Como casi siempre en la UE, en el último minuto se ha evitado el incendio. Hemos asistido hace unas fechas a un interesante combate, que se ha personificado entre Schäuble y Varoufakis, ministros de finanzas de Alemania y Grecia, respectivamente. ¿Teatro o realidad? El gobierno griego de Syriza, al menos eso parecía inicialmente, quería llegar a un acuerdo totalmente nuevo que le dejara las manos libres, sin necesidad de cumplir los compromisos adquiridos por el gobierno anterior. La respuesta del Eurogrupo, escueta: eso es inaceptable; tienen que cumplir con lo pactado para poder hablar de una extensión del programa de ayudas.

Resulta evidente que la posibilidad de un nuevo préstamo sin condiciones nunca se podría haber dado; los préstamos siempre tienen condiciones. Y también lo es que Grecia no podía llegar hasta el final -entendiendo como tal la ruptura si no se aceptaban sus condiciones- ya que la falta de acuerdo habría implicado un auténtico desastre, en primer lugar, para la propia Grecia, pero también para los demás: transmitir a la comunidad internacional, y a los mercados, que el euro no es un acuerdo estable y permanente, sino que se puede romper en cualquier momento, tendría consecuencias muy graves.

Grecia, cambiando la terminología ("instituciones" por "troika"; "acuerdo marco de asistencia financiera" en lugar de "memorándum de entendimiento") ha aceptado la mayor parte de las condiciones previamente impuestas. Muchas de ellas, son de una lógica económica aplastante y, seguramente, aceptadas por los griegos: reforma fiscal, lucha contra la evasión y la corrupción, o reforma de la administración. Otras, sin embargo, no tanto.

Se han negado, al menos de momento, a mantener un superávit presupuestario primario del 4,5 por ciento del PIB. Esto les hubiera impedido sacar adelante cualquier tipo de medida paliativa frente al deterioro social al que le ha conducido el fracaso de las políticas de austeridad impuestas. También se han opuesto a privatizar urgentemente su patrimonio y sus tesoros, no tanto por las propias privatizaciones, como por hacerlo en unas condiciones inadecuadas, en un contexto deflacionario. Tampoco han aceptado más reformas para su mercado laboral.

Llevamos cinco años en los que la "troika" ha estado diciéndole a Grecia: sacrifíquense, hagan estos recortes y verán cómo le dan la vuelta a su economía. Los resultados difícilmente podían ser peores. Pero Alemania -y quienes la corean- no aceptarán con facilidad que el rumbo que diseñaron para sacar a Europa de la crisis ha fracasado y que, en consecuencia, habría que tomar otra dirección. La canciller Merkel, internamente, juega con mucha ventaja porque esa opinión no es, exclusivamente, la suya, sino la de la mayoría del pueblo alemán, que piensa que ellos nunca han vivido por encima de sus posibilidades y los vecinos del sur, ya sabemos, somos unos vagos.

Es incomprensible que el gobierno de España apoye esas tesis y que se haya puesto a la cabeza de la intransigencia negociadora con Grecia. Sólo puede entenderse en clave electoral: que Syriza fracase y los votantes españoles tomen buena nota de lo que se promete y no se puede cumplir. Todo para, finalmente, aceptar la solución que Alemania ha dado por buena.

Tienen la fuerza, pero no tienen la razón. Si, como se ha hecho, se impone una brutal austeridad a los países en crisis, pero, al mismo tiempo, los países que no lo están también la aplican, aunque en menores dosis, el resultado desafía al "sentido común" económico: la eurozona está estancada y todos hemos perdido. Los fanáticos del ahorro dicen que una restricción presupuestaria de la magnitud practicada deprime la demanda agregada, pero, simultáneamente, conduce a un aumento de la confianza de los empresarios, que incrementarán sus inversiones, movilizarán la economía y, finalmente, existirá un aumento del consumo y de la inversión que compensara el efecto contractivo del gasto público. Pero este razonamiento no se ha visto ratificado por la evidencia empírica. Renunciar a la mal llamada austeridad sería hacer lo económicamente correcto.

En definitiva: se ha llegado a un acuerdo para ganar tiempo. Cada parte sale vencedora del lance: Grecia no asume, íntegramente, todos los compromisos, y el Eurogrupo consigue imponer la aceptación de la mayor parte de ellos. Lo cierto es que el esfuerzo de Tsipras renunciando a toda su retórica preelectoral y queriendo mantener a Grecia dentro del área euro, requería de algún tipo de correspondencia por la otra parte. Veremos qué sucede en los próximos meses, porque esta historia no ha terminado.

Haciendo un poco de memoria seguro que recordarán que algunos líderes europeos, no ha mucho, se vanagloriaban de que la crisis del euro había terminado. Lo que acaba de suceder nos devuelve a la realidad de que no sólo no ha terminado, sino que hemos vuelto a estar sentados sobre el polvorín.

No estamos ante un problema griego, estamos ante un problema europeo. Los argumentos económicos para poder solucionarlo están bastante claros, aunque es evidente que no todo el mundo los comparte. Hasta el momento, la peor lógica política se ha impuesto a la lógica económica.

Los actuales líderes europeos (por llamarlos de alguna forma) no son conscientes de que el plan para Europa que diseñaron sus antecesores está en peligro; se ha quedado vacío ante la falta de proyectos para que avance. Sabido es que cuando existe un vacío algo tiende a llenarlo, y no faltan fuerzas políticas centrífugas, aquí y allá, que pueden sacar a pasear argumentos históricos y culturales que "desmonten" la unión.

El verdadero problema, de nuevo, no es que Grecia tuviera, en el pasado, un comportamiento irresponsable.

El problema es que Europa no sabe hacia dónde va. ¿Qué queremos que sea Europa dentro de 10 años? ¿Lo sabe la señora Merkel o algún otro líder europeo? ¿Es importante o no que algún país abandone el proyecto? ¿Se sentarán, de una vez, las bases para que la UEM no vaya dando bandazos, de crisis monetaria en crisis monetaria, y alcancemos la estabilidad?

Yo creo que esa es la discusión correcta y no el espectáculo al que acabamos de asistir. La cuestión es si realmente queremos plantearnos seriamente estos temas. ¿Jugamos a ello? De momento, el problema se ha resuelto con una "patada a seguir".

(*) Economista

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