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Papel vegetal

Convertir espadas en arados: ¿qué fue de aquello?

Algunos lectores recordarán aquel eslogan pacifista de los años ochenta en las dos Alemanias y también en Estados Unidos contra la carrera de armamentos. Era una hermosa cita bíblica que hablaba de "convertir las espadas en arados".

Eran tiempos difíciles aquellos, pero en los que muchos albergaban la ingenua esperanza de que un día se disolviesen finalmente los dos bloques y comenzase una nueva era de paz en el mundo. Vana esperanza como vemos hoy. Cayó el muro de Berlín, se liberaron los países comunistas de su férrea dependencia de Moscú, se disolvió el Pacto de Varsovia, pero no ocurrió lo mismo con la OTAN, sino que esta admitió como nuevos miembros a quienes habían sido antes enemigos y asumió de paso nuevas funciones.

Se ha discutido mucho sobre las promesas que hizo entonces Washington a Moscú de que no llevaría las fronteras militares de la Alianza Atlántica hasta las puertas mismas de Rusia, lo que habría sido una innecesaria provocación.

Difieren las versiones de unos y otros sobre aquellas promesas a puerta cerrada, pero lo cierto es que la nueva Rusia de Putin se sintió de pronto ninguneada por la que parecía considerarse ahora como la única superpotencia, y decidió que no toleraría más humillaciones.

Y de aquellos polvos vienen ahora estos lodos que vemos en Ucrania, donde la guerra civil estallada entre el gobierno central de Kiev y los separatistas prorrusos del Este amenaza con degenerar, si no se consolida la frágil tregua entrada en vigor hace escasas fechas, en una crisis internacional de consecuencias difícilmente imaginables dados los actuales niveles de armamento, incluido el nuclear.

Nos haría falta hoy un periodista de la categoría del satírico austriaco Karl Kraus, el genial autor de Los últimos días de la humanidad, para denunciar lo que está sucediendo ante nuestros ojos, pero sólo tenemos ¡ay! a belicosos filósofos de salón como el francés Bernard Henri-Levy, el hombre que animó a aventuras que resultarían desastrosas como la de Libia contra Gadafi y que volvió a intentar lo mismo con la Siria de El Asad.

Hay que felicitarse en cualquier caso de que finalmente los europeos -en este caso la Alemania de Angela Merkel y la Francia de François Hollande- se hayan implicado de modo mucho más directo en un conflicto que podría tener consecuencias desastrosas para todo el continente.

Y hay que hacerlo sobre todo cuando leemos declaraciones como las de los republicanos en Estados Unidos defendiendo la entrega inmediata de armas a Kiev o las de demócratas como el exministro de Defensa de Barack Obama y exdirector de la CIA Leon Panetta abogando por la realización de maniobras militares en los Estados vecinos de la URSS y la instalación del polémico sistema antimisiles, que Rusia ve como una provocación.

Panetta ve en torno suyo "un mundo agitado y revuelto" -y tiene razón si atendemos a lo que ocurre no sólo ya en Ucrania también en Oriente Medio- aunque, lejos de reconocer humildemente la parte de responsabilidad que tiene Washington, reivindica de nuevo para su país el liderazgo de Occidente porque "si no lideramos nosotros, nadie va a hacerlo".

Europa ciertamente no puede esperar siempre que otros le saquen las castañas del fuego, pero sí al menos que no echen a perder las posibilidades de paz que pudieran presentarse con acciones poco premeditadas e irresponsables.

Y es que Estados Unidos puede fácilmente hablar de guerras cuando estas difícilmente van a librarse en su territorio y no va a sufrir tampoco, como la vieja Europa, sus eventuales consecuencias. Guerras que terminan además perdiendo siempre los mismos -los ciudadanos- y que, como denunció Karl Kraus en su día, tan solo benefician a los fabricantes y exportadores de armas, a los especuladores y hoy también a las nuevas y cada vez más activas empresas de mercenarios, muchas de ellas norteamericanas.

Hay quien dice que Occidente terminará aceptando la división de facto de Ucrania, que no se limitaría a la ya perdida Crimea, sino que incluirá la zona secesionista del Este del país. En el mejor de los casos, permitirá que Rusia incluya ambos territorios en su zona de influencia. Los europeos no están ya dispuestos a morir por Ucrania.

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