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A la intemperie

La lengua y el alma

No sé dónde he visto que un grupo de científicos, en alguna parte, ha logrado crear una boca artificial. Una boca artificial, se entiende, no pensada para el amor ni para los besos, sino para las bacterias. De lo que se trata es de reproducir in vitro el ecosistema en el que se mueve la lengua como pez en el agua, y verificar que su alteración provoca las patologías más comunes de encías y dientes. La saliva, tanto por su composición como por su temperatura, resulta un caldo de cultivo magnífico para la proliferación de todo tipo de microorganismos. Se reproducen a millones, como en un biorreactor. Unos son buenos y otros malos. Cuando se rompe el equilibrio entre estos y aquellos, pasa lo que pasa.

La boca no es la única gruta del cuerpo, pero sí una de las más misteriosas. En ella habitan, además de la lengua y las bacterias, las vocales y las consonantes. Hay letras palatales y letras labiales y letras dentales, entre otras, según el punto de la gruta en el que se articulen. Y la lengua, con una agilidad sorprendente, corre, por ejemplo, del paladar a los dientes para pronunciar la palabra "lodo" (o al revés, para pronunciar "dolo"). La lengua es como uno de esos perros atados a una caseta que no paran de moverse. Si registráramos todos los movimientos que hace uno de estos canes a lo largo de un día, descubriríamos un alfabeto. La lengua tampoco permanece quieta ni cuando dormimos. Siempre está implicada en algún afán o en algún sueño. A la lengua le encanta explorar, pongamos por caso, otras bocas distintas de aquella en la que vive. El beso es el producto del desamparo. Besamos mejor cuanto peor nos encontramos. El encuentro de dos lenguas que no se conocían es comparable al de David Livingstone y Henry Stanley en las orillas del lago Tanganica. ¿Recuerdan?: "Doctor Livingstone, supongo".

La boca artificial de la que hablábamos al principio carece de lengua. No existen, que uno sepa, prótesis de este órgano al que, pareciendo un mero músculo, le confiamos misiones realmente difíciles, relacionadas con la tranquilidad del alma. La ciencia también tiene sus límites.

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