Aquellas niñas, hoy mujeres, han pasado la pena negra. Desde que tuvieron uso de razón vivieron con una fiera enjaulada que descargaba frustración, amargura y contratiempos en ellas, sus hijas. Es duro escuchar a cinco mujeres hablar de su madre sin un ápice de amor. Desprecio y miedo. Una infancia, adolescencia y madurez de golpes y vejaciones de las que no escapaba ni el ser que más las protegió, un padre que las veía poco porque su trabajo le obligaba a viajar y era entonces, al verlo salir escalera abajo, cuando a las criaturas, unas niñas, diez, doce años, les temblaba hasta el pelo. Aprendieron a entenderse con la mirada, desarrollaron incluso una habilidad para arroparse cuando estallaba la guerra. Vivían en alerta permanente. Cualquier silla mal colocada, una sábana arrugada o una comida fría o caliente era motivo más que suficiente para que la mala madre cargara la escopeta. Un día, cuando el padre estaba fuera, le dio por preguntarles a las aterrorizadas criaturas que a quién querían más, a papá o a mamá. Sentadas en el salón, jugueteando nerviosas con sus deditos, cada una manifestó su preferencia. Cuatro eligieron a papá y una a mamá porque la supervivencia se agarra a cualquier cosa. Ese día se declaró la guerra en la casa entera. A unas las invitó a irse, a otras las manipuló hasta extremos dementes. Las chicas no habían dicho más que la verdad; no la querían. Aquella decisión aparentemente inocente les desbarató la vida. Desprecios, insultos, comida que caía al suelo, la más absoluta falta de respeto. Cuando papá volvía sus hijas que lo adoraban y que aún hoy se emocionan al recordarlo enfermo y sin la mejor atención, lo cuidaban. Mucho dolor. Un día comenzaron a sospechar que aquellas gotas que mamá le echaba al plato del hombre no les gustaban. ¿Lejía?, se lo advirtieron: "Papá, come abajo, en el bar...", pero no. Quería estar en casa. No entienden por qué no la denunció, pero eran otros tiempos y tal vez sabía que hacerlo era dejar a las chicas a merced de una loca. El día que una de ellas se quedó embarazada se lo contó a otra hermana, dieron un portazo y huyeron. No volvieron. Hoy la fiera está vieja y enferma; han buscado una residencia para que muera en paz. Afortunadamente, ellas no heredaron su maldad.

Siendo mayores aún le temen. No quieren verla jamás. Menos cariño, mamá tiene de todo.

La siembra.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com