La Provincia - Diario de Las Palmas

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Zigurat

El debate y la nación

En el pasado debate sobre el estado de la nación, no sé quién ganó o perdió, si es que se puede hablar así, como viene siendo habitual para referirse a una guerra dialéctica. En esta ocasión el patio estaba tan revuelto que el presidente de la cámara no daba abasto para parar la encendida gritería del hemiciclo. Nadie quiere cargar con el finado del paro o la sanidad, la educación, estas últimas en horas bajas, con las privatizaciones cubiertas con garantías y las encubiertas en fraude. Nadie parece observar cómo se desarrolla el país en sus más sensibles estructuras: vivienda, trabajo, sanidad o educación. Lo que quedó claro es que este debate sirvió para escenificar la pelea grosera sobre quién ha sido más corrupto o quién ha hundido más la nación.

Y es que una vez más estos señores de la cámara baja no se enteran de cómo vive la gente; imagino que andan ocupados en sus agendas con comidas pantagruélicas y bebidas de cinco estrellas. ¿Por qué el presidente del Gobierno le dice al líder de la oposición que la España que le pinta no es la que él conoce? Está claro: gobiernan de oídas.

Dicen los popes de la macroeconomía que el experimento con España está funcionando, pero que deberían haber calculado con más precisión el sufrimiento de los más débiles con los ajustes impuestos desde la Casa común, que es la más concurrida, pero no las más avenida.

El sur, siempre el sur, que parece mendigar desde la periferia; el sur, el mismo sur que en todos los sitios, como símbolo cardinal y como punto de destrucción de las economías y las culturas. El sur al que le dio tiempo de pensar, de investigar, de expandir su noción de la existencia a todo el continente... este sur en Grecia, Italia, Portugal o España -Francia tiene más vocación de norte- donde el contacto humano es primordial, donde se pueden desarrollar infinidad de actividades al aire libre y desde donde salen las mejores frutas, verduras y aceite o vino entre otros cultivos con miles de años de tradición. Aunque hay quien dice que prefiere que cultiven cerebros, planes de estudio o investigación en tecnologías, pero hay otros que dicen que vale pero ¿quién les da de comer?

Son conversaciones a pie de calle, en la guagua o en el mercado, pero la sensación es que no ha variado mucho el estado anímico y económico de las familias. La microeconomía o cómo llegar a fin de mes después de pagar la luz, o la comida de los niños, es lo que le falta ver a cualquier persona que quiera dedicarse a eso de los demás y antes llamada política; antes de que ellos, los que son o están, la hicieran suya o la secuestraran.

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