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Crónicas galantes

Los ayatolás son la bomba

Lo peor que le puede ocurrir a alguien aquejado de manía persecutoria es que, efectivamente, lo persigan. Más o menos lo que dijo ante el Congreso de Estados Unidos el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en un alarmado discurso contra el acuerdo que Obama -y los líderes de otras cinco potencias- están a punto de firmar con la República Islámica de Irán. Un pacto que puede ser, literalmente, la bomba (atómica).

Los judíos, recordó Netanyahu, vienen siendo acosados ya desde los lejanos tiempos del virrey Amán de Persia -hoy casualmente Irán-, que hace cosa de 2.500 años urdió un complot para exterminar al pueblo hebreo. El tal Amán pasó por alto el hecho de que el rey Asuero estaba casado con la reina judía Ester, quien abortó aquel primer proyecto de holocausto al establecer el derecho de su pueblo a defenderse.

El plan del visir Amán lo han retomado dos milenios después los ayatolás iraníes, que no gastan un duro en diplomacia. Ahora tratan de desdecirse para no enfadar a su nuevo socio norteamericano, pero lo cierto es que llevan años proclamando su deseo de borrar del mapa al Estado de Israel, que identifican como una "mancha" del diablo en la cartografía del mundo.

Puede que se limiten a fanfarronear, pero aun así resulta comprensible la aprensión que tales bravatas suscitan entre los israelíes. Mayormente, porque el régimen autodenominado islámico de Irán está embarcado desde hace tiempo en un proyecto de investigación nuclear sobre el que penden graves sospechas de que pueda ser utilizado para fines militares.

Fáciles son entender los temores expresados por el primer ministro israelí en la Cámara Baja de Estados Unidos. Si alguien amenaza a otro con el exterminio y, al mismo tiempo, trabaja en la obtención de un arma atómica que haga viable ese propósito, parece lógico que la potencial víctima tome medidas para evitarlo. Es lo que ha hecho Netanyahu, aun a riesgo de irritar a su más íntimo y duradero aliado en la escena internacional.

Obama no ha disimulado su cabreo, pero tampoco se trata de novedad alguna. Cuando la aviación israelí bombardeó un reactor nuclear que Sadam Husein estaba construyendo en Bagdad, los Estados Unidos se sumaron a la condena general del mundo por el ataque. Años después, sin embargo, otros gobiernos USA no dudarían en tomar la mucho menos sensata decisión de invadir Irak en dos distintas ocasiones.

Este último despropósito dio origen a los bárbaros del actual Estado Islámico, que no paran de elevar cada día los límites de la ferocidad humana. Para contenerlos, Obama no ha tenido mejor idea que la de pactar con los ayatolás de la República Islámica, bajo el principio un tanto pedestre de que el enemigo de tu enemigo es tu amigo. Eso ya lo habían ensayado antes con Bin Laden en Afganistán frente a la URSS, pero se conoce que nadie aprende de sus propios errores.

Temeroso de que un pacto con Irán deje a Israel a tiro de los misiles nucleares de los ayatolás, Netanyahu no ha dudado en arriesgar sus relaciones con Estados Unidos, entendiendo que lo que está en juego es un segundo y acaso definitivo Holocausto. Miedo a, desde luego, la mera posibilidad de que los ayatolás, borrachos de agua bendita, se hagan con una bomba atómica. Incluso el régimen no menos demente de Corea del Norte sería, por comparación, moderado.

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