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Papel vegetal

La lista Falciani

Siempre me resultó Ginebra un tanto antipática. Una ciudad de banqueros y funcionarios internacionales que huían a sus países de origen los fines de semana y la volvían todavía más aburrida.

Para ir a la oficina del medio donde yo trabajaba, en el Palacio de las Naciones, hoy sede de la ONU, tenía que atravesar diariamente el puente del Ródano y pasar muy cerca de la sede ginebrina del banco HSBC, en la orilla del lago Lemán. ¿Quién habría sospechado entonces que un franco-italiano llamado Hervé Falciani iba a revelar un día sus secretos y provocar un terremoto informativo internacional?

Gentes de las que ya intuíamos que podrían ser evasores fiscales y otras de las que jamás habríamos sospechado figuran en esa lista de la infamia, cuya sustracción los suizos, siempre tan cuidadosos del dinero ajeno y sin que parezca importarles demasiado su origen, han calificado de delito.

Entre los periódicos internacionales que publicaron la lista del escándalo que ya se conoce popularmente como Swissleaks está el francés Le Monde, lo que ha provocado la indignación de uno de los socios de ese medio, el empresario de moda Pierre Bergé. El sociólogo belga-canadiense Derrick de Kerckhove se muestra comprensivo con Bergé aunque analiza lo ocurrido como parte de un fenómeno consistente en el paso de la edad de la opacidad a la de la transparencia y del que también forman parte otras revelaciones como las del excolaborador de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos Edward Snowden (el conocido como escándalo Wikileaks).

Kerckhove ve, sin embargo, en la publicación de la lista Falciani un paso "mucho más significativo" en ese proceso ya que no se trata ya de "instituciones" como ocurría con las que hizo Snowden, sino de "individuos, como yo, como ustedes que me leen", según sus palabras. El sociólogo se pregunta en el semanario L'Espresso, una de las publicaciones europeas que está publicando los nombres de la lista Falciani, "qué clase de ética saldrá cuando la transparencia sea completa". La total transparencia, por la que tan irresponsablemente abogan algunos de los jóvenes empresarios multimillonarios de Silicon Valley, y hacia la que parece que estamos abocados gracias a la omnipresente publicidad y a nuestra servidumbre voluntaria, es, reconozcámoslo, la peor de las pesadillas.

Pero nada de eso tiene que ver con la utilización que de los paraísos fiscales hacen individuos sin escrúpulos para, con la ayuda inestimable del sistema financiero, ocultar al fisco de sus respectivos países sus inmensas fortunas y evadir unos impuestos que contribuirían al sostenimiento de ese estado de bienestar cuya insostenibilidad no se cansan hipócritamente de denunciar.

Si de transparencia hablamos, esa, junto a la del Gobierno y sus instituciones, es de las pocas que deberían interesarnos.

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