Resulta que estoy escuchando la radio, tan tranquilo, sin meterme con nadie, cuando pronuncian la expresión: "Era digital oscura". Se la atribuyen a Vinton Cerf, vicepresidente de Google, y alude a la pérdida de datos conservados únicamente en soporte digital. Yo mismo, un usuario modesto de las nuevas tecnologías, conservo un baúl lleno de antiguos disquetes que ahora no podría revisar porque ya no hay lectores de disquetes. Los guardo como el que conserva una gramática de una lengua que nadie habla. A veces, abro el baúl y me pregunto si habrá allí apuntes para cuentos o novelas que se perderán para siempre porque han desaparecido de mi memoria. Creo que durante un tiempo, en los ochenta, llevé un diario que ahora me interesaría revisar y que se encuentra ahí, en ese montón de plástico mudo. Por cierto, que la tinta de las etiquetas está prácticamente borrada, como un cerebro pasado por el túnel del Alzheimer. ¿Por qué no los tiro? No lo sé. Tampoco me he desprendido de los viejos ordenadores que en su día (hace nada) eran tecnología punta. Tengo la superstición de que saben demasiadas cosas de mí, quizá más que yo mismo. Ahí están también, apilados unos encima de otros (siempre he usado portátiles), desde los de la edad de piedra a la de los metales.

Pero la expresión de Vinton Cerf me inquieta más por la amenaza implícita que contiene. Cuando escucho "era digital oscura", imagino un apagón cibernético de colosales dimensiones: que internet desapareciera de todo el mundo al mismo tiempo y que nos quedáramos atrapados en lado analógico de la realidad. ¿Podríamos sobrevivir en ese lado? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cómo son en estos momentos las relaciones entre el mundo analógico y el digital? ¿Cuál de ellos depende más del otro? Imaginemos que dejan de funcionar los teléfonos móviles (con todas sus funciones), que desaparecen los archivos de los bancos, los del registro civil, que ya no podemos entrar en Google o en cualquier otro buscador para hacer una consulta... Supongamos que regresamos, tecnológicamente hablando, a los años cincuenta del pasado siglo, habiendo perdido la memoria de todo lo que permanece almacenado en las entrañas de la Red. Imposible, en efecto, imaginar un grado de oscuridad mayor.