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Arte 'Suite Vollard'

El erotismo irónico y lírico de Picasso

Inmediatamente después de los Caprichos de Goya en la Casa de Colón, la Suite Vollard de Picasso en Mapfre-Guanarteme describe una secuencia lógica. Como grabador, no tuvo el primero mejor sucesor que el segundo. Como pintores, marcan la cima del arte español en los siglos XIX y XX. Aunque esta coincidencia en la ciudad de Las Palmas haya sido accidental, no puede negarse la plenitud del sentido en valores históricos y culturales. Al igual que la serie goyesca, la picassiana se presenta con una instalación cuidada y rigurosa en la ubicación de los distintos bloques y las leyendas que guían la contemplación.

A la distancia de 130 años, un centenar de estampaciones de formato regular enfoca la crítica de costumbres en parámetros diferenciados de las ochenta que la precedieron. Si éstas eran crueles y corrosivas, las del sucesor abundan en un lirismo sesgado y no menos irónico.

Además de los conjuntos que retratan al coleccionista Vollard y las evocaciones de Rembrandt en faenas pictóricas, Picasso desarrolla repetitivamente el asunto erótico. Las variantes son escasas, pero la imaginación va de la estética del desnudo clásico hasta la violencia sexual (Violaciones es el titulo genérico de este grupo). Son temas con variaciones que raramente se repiten. El artista en su taller, acompañado de modelos que posan, o simplemente están como celebración del esplendor físico, se escinde en figuraciones esteticistas y escenas de posesión apasionada en que la cabeza del minotauro alegoriza las pulsiones del propio Picasso. Hay en su catálogo muchos grabados de más explícita sexualidad, pero los ahora exhibidos refieren un compromiso de tranquila belleza y caricatura burlesca. Por encima del tema, lo que asombra es la factura del grabado que combina la línea pura con la saturación del esgrafiado y el dibujo exento con los sombreados del aguafuerte y la aguatinta. La plasmación abigarrada de Goya se transfigura a la luz del esquematismo picassiano, consecuente con su tiempo y con las propias aportaciones a las artes visuales. Es, en todo caso, una técnica personal admirablente aplicada a la visualización de otro código estético, sin precauciones como las que Goya desafió en el contexto del absolutismo y la inquisición.

Imperan aquí el móvil irrestricto del placer y el primado de una sensualidad fruidora de las formas humanas al desnudo, claramente helenística, que se dramatiza en la agresión amatoria y aún más en la violencia machuna. En definitiva, otra cumbre de genialidad en el dominio del grabado.

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