Te esperaré en la esquina. Me quedan cuatro chavos, ni para una copa miserable, pero seré fiel. Te esperaré en la esquina. Recuerdo las veces que no viniste, y las que viniste, o las muchas que llegaste tarde, casi siempre. Pero eso ahora no importa, no te importa, creo, porque te retuerces y no por la hernia de hiato sino porque albergas maldad y no sabes cómo controlarla, nunca has sabido ni has querido aprender; es un problema de clase, no social, de estilo, de saber hacer, de querer hacer. No pasa nada. Te esperaré en la esquina. Además, la carga de tu conciencia, de tu inconsciencia, de tus múltiples contradicciones profesionales, políticas, qué sé yo, hasta de convivencia y conveniencia, te lastran el día y convierten en vigilia tu maldito sueño. La historia, el pasado que no fue, las apariencias, lo que detestas tanto y de lo que vives tanto. Ese latigazo casi permanente que te lleva a pensar lo débil que resulta tu posición, la imposibilidad de mantenerla en otro sitio que no fuera en el que estás. Es complicado, desde luego. Sin embargo, te esperaré en la esquina. En cualquier ciudad del mundo civilizado, y aun por civilizar, estarías en la puta calle: escribir mal sobre el que indirectamente te paga y cobrar del que no escribes, y como un trapecista sin red, salvar los muebles cada día con una sonrisa cínica de sabelotodo. Es un mecanismo de defensa, es una muestra de inseguridad que llevas como puedes, que ocultas bajo una firmeza aparente, de segundos, pero que a míseros seres impresiona, creen que todos los adjetivos son tuyos, incluso que eres el dueño de algunos. Te esperaré en la esquina. No convocaré a nadie porque están todos muertos. Asesinados por el cielo, por el vitriolo de las palabras, por metáforas incomprensibles y muy mal traducidas. Te esperaré en la esquina. Es casi una manía, una obsesión enfermiza, seguramente, como escribirías tú en un mensaje telefónico o en una pared: aquel año fue magnífico, y lo sabíamos. Nos encerramos en una habitación con el aire acondicionado a tope, y sólo salimos para ir al Calderón al concierto de los Rolling&Stones, ¡cómo jarreó! Pero muy al final, totalmente sobrios, acudió la frase, rompimos todos los folios y pasamos a cartón aquellas dos palabras, en una tipografía con serifa y en caja combinada que nadie volvería a utilizar: "Por el cambio". Por eso, te esperaré en la esquina.