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La ciberesquina

Spotify y el cliente de pago

Solo 15 de los 60 millones de usuarios que tiene Spotify paga por una suscripción premium. Lo suficiente, eso sí, como para manejar unos ingresos propios de un gigante, y andar holgada en el negocio. Tanto, que, según desvelaba esta semana New York Post (y redifundía la agencia Efe) se gastará la friolera de 928 millones de euros en abonar al sello Universal, la mayor discográfica del mundo, por ofrecer su música durante dos años más. Esa cifra, unos 900 millones, es lo ingresado por todas las plataformas de música digital en el año 2013. La apuesta de Spotify obliga a pensar de que algo se mueve en el mercado. O, cuando menos, que el mercado se quiere mover.

Porque cada vez quedan menos fetichistas del disco, aunque el orgullo de los que persisten se incrementa de forma proporcional al cambio de tendencias en los soportes musicales. DJ y melómanos analógicos sostienen un escaparate de delicatessen, que es en lo que se ha reconvertido la circulación de vinilos y hasta cedés. Éstos son público de aguja y lector láser, de bafles más que de iPod, aunque una cosa no excluye necesariamente a la otra.

Y a uno, con todo, lo que más le llama la atención es que sólo una cuarta parte de la clientela de Spotify paga. Un 25%, justo. Aun cuando la compañía presuma de un espectacular aumento de diez millones de altas en sólo dos meses, gracias a sus agresivas promociones en Estados Unidos. Y es para presumir. Aunque si recurren en mayor medida a los hijos de las barras y estrellas debe ser, es de suponer, que necesitaba urgentemente abonos de pago. Porque ya se sabe que los americanos están acostumbrados a pagar por casi todo en la red. Europa es otra cosa...

Y España, en concreto, no parece un paraíso de los servicios premium. El último informe del Observatorio de la piratería y hábitos de consumo de contenidos digitales apunta, por ejemplo, que el 90% de la biblioteca cultural virtual que circula por el país es eso: pirata. Series, discos, libros, películas... El público está habituado a no pagar. Y muchos no lo harían aún cuando fuera la única opción de disfrutar el producto. Otros tampoco tienen margen de maniobra para ciertos lujos. Qué complicada es la crisis en la red.

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