José Mourinho divide a los futbolistas en dos categorías: hombres y niños. Naturalmente los últimos superan en número a los primeros. De manera, además, se podría decir que aplastante, y no sólo por cuestiones de edad.
Irina Shayk, la modelo exnovia de Cristiano Ronaldo, acaba de comparar al balón de oro con un niño por haberla hecho infeliz durante el tiempo que permanecieron juntos.
La ruptura de Shayk con Ronaldo ha coincidido, además, con un bajón en el juego del astro portugués que algunos atribuyen a su estado anímico. El resto de los futbolistas de la plantilla blanca no han roto con la modelo rusa y entre ellos el nivel de confusión es todavía superior al de Cristiano, autor, al menos, de los dos testarazos que permitieron al Real Madrid salvar los muebles el martes en la noche aciaga frente al Schalke 04, un equipo alemán en el que los niños, por cierto, se comportaron como hombres.
No sé si Ancelotti establece las mismas categorías que Mouri- nho para sus jugadores. Al contrario que el portugués es un gestor amable de vestuarios pero igual que le sucede a su colega vive de lo que graciosamente quieran o puedan concederle sus desmotivados futbolistas. Un caos al que él mismo, atado por la servidumbre de tener que mantener un planteamiento inexplicable en el campo, contribuye eficazmente.
Pero no hay que olvidarse de que Ancelotti era todavía no hace demasiado el entrenador ideal para el Real Madrid. Luis Enrique, por contra, un fracasado en el Barça. Ello nos lleva inevitablemente a la levedad de este juego que tantas pasiones suscita.
No entiendo mucho de fútbol. En realidad, nadie lo hace. Lo contrario, entender, supondría encontrarle significado a un juego caprichoso que sólo halla respuesta en las circunstancias no siempre comprensibles de la victoria o la derrota. En el que, además, abundan los niños.
