White God (Fehér Isten), de Kornél Mundruczó, viene de ganar un premio en Cannes y fue la película escogida por Hungría para la ceremonia de los Oscar, aunque no pasó el corte. Tiene uno de esos comienzos que plantean una serie de expectativas a las que la película debería dar respuesta de forma satisfactoria, o subvertir con una sorpresa bien planteada: una joven en bicicleta recorre una ciudad de calles vacías, y es asaltada por una horda de perros.

Dicho arranque podría dar pie a una historia postapocalíptica, o a un filme de terror con animales asesinos. Pero de momento, el director esconde sus cartas y nos hace retroceder unas cuantas semanas para que conozcamos mejor a la protagonista, interpretada con solvencia por Zsófia Psotta. El suyo es un personaje creíble, envuelto en los problemas propios de la adolescencia, pero que, a raíz de la pérdida de su mejor amigo canino, se ve arrastrado hacia unas circunstancias cada vez más inverosímiles. Y lo triste es que White God acaba cayendo en una indefinición pasmosa: no se sabe si quiere ser una actualización de Lassie, o la versión húngara de Amores perros, o qué.

Sin ir más lejos, el coreano Bong Joon-ho planteaba hace pocos años con The Host una mezcla similar de géneros que sí funcionaba, y que sabía conducir al espectador desde la risa hasta el escalofrío y la lagrimilla. White God en cambio, carece de la tensión necesaria en los momentos clave -de música épica sí que va sobrada- y deja por el camino apuntes sobre el mestizaje y la crueldad contra los animales que, de haberse desarrollado mejor, habrían aportado lecturas interesantes a la película, apuntando quizá hacia una alegoría política. Si esa era la intención de los guionistas, no se transmite con suficiente fuerza o capacidad de sugerencia.

Al final lo que queda es una película cuya presencia en la sección Panorama del festival se puede agradecer, puesto que ofrece una propuesta accesible y de fácil digestión (en la sesión del sábado arrancó algunos tímidos aplausos), pero que prometía mucho más.