El hallazgo tal vez presunto de los huesos de Cervantes resuena con mayor estrépito que la exhumación de una obra desconocida del escritor, puesto que obligaría al esfuerzo de leerla. Una vez localizados los huesos del autor en la cripta madrileña de las Trinitarias, ya solo falta demostrar si también escribió el Quijote. La autoría del libro de libros le ha sido disputada en múltiples conspiraciones, que bordean la blasfemia al atribuir la protonovela al pérfido inglés Sir Francis Bacon. Este polígrafo también habría utilizado como nom de plume a William Shakespeare.
El asombro ante la titularidad cervantina de los restos humanos no abarca a quienes saben que cada persona contiene miles de átomos que habitaron el cuerpo de Cervantes, incluidas las partículas que trenzaban su cerebro cuando escribió una obra sin parangón. También nos habitan moléculas de oxígeno respiradas por Julio César en el reproche a sus asesinos si lo hubo y, más importante para mitómanos, partículas atómicas exhaladas por Bruce Springsteen en sus maratonianos conciertos.
Los expertos han mostrado tantas cautelas al anunciar el resultado de su investigación como si hubieran hallado los restos de Don Quijote. O del último lector de libros de papel, puestos en quimeras.
