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Panorama 'Pasolini'

Lugares comunes

A estas alturas, apenas será necesario señalar que hoy el prestigio del cineasta italiano Pier Paolo Pasolini está asentado antes en su malditismo (léase su absoluta libertad de pensamiento y, sobre todo, su homosexualidad) que en sus películas, a tal extremo que muy pocos las han visto. Aún peor es el hecho de quienes tienen un lote de sus películas en dvd en casa y andan constantemente quitándoles el polvo y moviéndolas de acá para allá. Los tiempos son otros, sin duda. Y, de hecho, uno se pregunta, asombrado, cómo Pasolini pudo llevar a cabo películas como El Decamerón, Las mil y una noches o Saló o los 120 días de Sodoma, basada en la obra del Marqués de Sade pero ambientada en la Italia fascista de Mussolini.

No creo que Pasolini de Abel Ferrara, proyectada en la sección Panorama del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, vaya a despertar mucho interés por la figura del director italiano. Lo primero que uno se pregunta es: ¿Cuál es el género de esta obra? ¿Drama biográfico, documental, homoerotismo u homenaje alegórico? En realidad, de todo un poco, porque Ferrara, a la sazón director y guionista, ha optado por la mezcla, con el propósito de ampliar el ámbito de audiencia, al estilo de los programas de televisión de sobremesa.

Pasolini, aunque posea los ingredientes básicos para que funcione como es debido, es decir, como un biopic, no consigue tal fin porque a duras penas logra despegarse de los lugares comunes. A Oliver Hirschbiegel le pasó con Diana, que habría necesitado de un Mike Leigh para insuflarle emoción auténtica. A la película de Ferrara le ocurre más o menos lo mismo. La historia es interesante (los últimos momentos de vida del director italiano asesinado en una playa de Ostia) pero la puesta en imágenes se recrea más en la belleza estética que en transmitir emociones.

Y, además, está la distante interpretación de Willem Dafoe que, a pesar de su extraordinario parecido con Pasolini, convierte lo que habría podido ser una espléndida demostración de talento actoral en un monumento a la vaciedad, limando todo atisbo de humanidad en el personaje. Queda, por el contrario, en el haber de la película el homenaje que Ferrara le rinde al director de Los cuentos de Canterbury en la escena en la que Ninetto Davoli, actor fetiche de Pasolini, presencia una orgía de cuerpos entrelazados de hombres y mujeres.

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