José Manuel Soria es presidente del PP de Canarias desde 1999. Más de quince años de liderazgo, marmolizado, cesáreo. Ningún dirigente canario puede presumir de semejante marca. Pero lo más notable es que a lo largo de ese periodo no ha coagulado ningún liderazgo en el PP del Archipiélago. Águeda Montelongo no es precisamente la imagen de una poderosa lideresa y si sobrevivió al envite de Domingo González Arroyo ha sido para terminar en los tribunales por las invitaciones a sus correligionarios por cuenta (y a cuenta) del Patronato de Turismo de Fuerteventura. Asier Antona no dirige, inspira y estimula a los conservadores palmeros: se limita a telefonearlos para mantener la ficción de que cuenta con un partido. Y después de la defenestración de los ignaciogonzález la presidencia del PP de Tenerife ha vivido inquilinos con derecho a cocina a los que se les ha formalizado y rescindido el contrato: Guillermo Guigou, Cristina Tavío, Manuel Domínguez. Todo cambia, pero Soria permanece. No es únicamente la aplicación irrestricta de un principio de autoridad y jerarquía. Es también un método de supervivencia política. Nada de sombras amenazadoras a su alrededor. No se admiten arteras promesas de carisma ni brillanteces impertinentes. Soria no tiene ni ha tenido delfines. Ni siquiera tiene fulas. Soria dispone de un conjunto de peceras cuya única gestión le corresponde a él. A veces las limpia y a veces no. Y de vez en cuando -si procede- coge al pez payaso y lo arroja, con un mohín de asco, por el sumidero más cercano.

Soria eligió a José Miguel Bravo de Laguna -quien se atrevió a posicionarse en su contra en el Congreso del PP de Canarias de 1999- como candidato de emergencia al Cabildo de Gran Canaria. Bravo de Laguna no ha sido, precisamente, un presidente excepcional. Pero consiguió una pequeña hazaña literaria: se convirtió en lo que siempre quiso ser, un personaje. Ha gobernado con tránsfugas purulentos, pero alcanzó al fin dibujar su huecograbado, y lo hizo con la tinta del insularismo más grosero y desvergonzado. Un proyecto vivo de patriarca de Gran Canaria. Una nueva encarnación de León y Castillo, un defensor de su isla desde la atalaya de su chaleco, un irredentista que citaba a Churchill y no se perdía una verbena. Bravo de Laguna, en fin, convirtió el Cabildo grancanario en una plataforma política personal con un discurso muy matizadamente propio. Intolerable. La evolución (o extremaunción) política de Bravo reboza patetismo pero no conviene olvidar la responsabilidad política última de esta situación, que corresponde a Soria y al cínico bonapartismo con el que ha dirigido el PP canario.