La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

¿Estaré a la altura?

Ando últimamente algo acomplejado en mis salidas a restaurantes: a la hora de encargar las bebidas, me topo con unos pedigrees que no dejan de intimidarme.

Veamos; si uno quiere escoger un vino de cierta garantía, se encuentra con unos bodegueros o cosecheros que apabullan. Hay marqueses para todos los gustos y de las procedencias geográficas más variadas: de Riscal, de Cáceres, de Griñón o de Murrieta. Si uno pica más alto puede escoger también vinos de algún condado; el de la Vega Grande, sin ir más lejos, y por no olvidarnos de los caldos locales.

Si terminada la comida sin mayor quebranto, y metabolizada la alcurnia de los vinos que nos han servido, pasamos a la copa del café, con la esperanza de que se nos brinden productos si no plebeyos por lo menos de menos altos vuelos nobiliarios, nos espera una sorpresa. Aquí los licores son de duques para arriba. Que si Duque de Alba, que si Carlos I, que si Jaime I, que si Carlos III. Ya en plan subversivo inquirí el otro día si no podían ofrecerme algún licor digno de un emperador. Como yo me sospechaba, me ofrecieron un Courvoisier, presuntamente el coñac favorito de Napoleón Bonaparte. Pero me di el gustazo de rechazarlo, pues me consta que Monsieur Félix Courvoisier registró su marca en 1835, cuando el emperador llevaba muerto más de una década, por lo que difícilmente podía haberse brindado en vida a esponsorizar el brebaje.

Ante mi desdén por un licor imperial, el maitre me ofreció pasar olímpicamente de la nobleza, y acudir a las pócimas del clero. Como el chartreuse, de cualquier color, me parece algo empalagoso, me decidí finalmente por un brandy Cardenal Mendoza, y he de confesar que no tuve que arrepentirme, aunque me quede la sospecha de un truco subliminal del bodeguero, jugando con la asociación "boccato di cardenale".

De todos modos, en la sobremesa pensaba yo desquitarme, pues una ojeada a las ginebras de la carta me aclararon que ahí no se había entrometido ni la realeza ni el clero. Por ello, pedí un gin-tonic a base de la marca escocesa Hendrick's, sabiéndo-me a salvo de cualquier megalomanía del fabricante.

Pero cual no fue mi decepción, al estudiar la etiqueta de la botella de ginebra, presuntamente aromatizada de pepino, en la que se advertía claramente, si bien en el idioma de Edimburgo, que dicho producto "is not for everyone", o sea, "que no es para cualquiera".

Total, que si me había hecho la ilusión de que un elixir de enebro con un toque de pepino por fuerza había de evocar la quintaesencia de lo pegado al terruño, sin trampa aristocrática ni cartón excluyente, he de confesar que la cosa resultó, como reza la expresión vernácula: "¡Al revés del pepino!"

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