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Al azar

La primavera árabe ensangrentada

La carnicería que mata a 23 turistas y hiere a otros tantos en el vecindario debe alarmar por fuerza a España, cuyo único sector boyante es la industria de los extranjeros. Adiestrada para interpretar cualquier acontecimiento en clave económica, la opinión pública se pregunta por la procedencia del dinero que sufraga los atentados islamistas. ¿La financiación surge de los millones de euros pagados por Occidente para rescatar a sus ciudadanos secuestrados, o solo de las sumas recicladas por los turbios bancos occidentales?

Antes incluso que llorar a las víctimas, el primer ministro tunecino declara que el atentado se dirigía "en primer lugar" contra la economía local. En pleno marzo, queda clausurada la temporada turística en el país norteafricano. Cuando el presidente Essebsi admite que "esperábamos una acción así", tal vez debió advertir con antelación a los turistas ilusionados con repasar la historia de Cartago.

La reedición de la primavera árabe se escribe con sangre. El canciller francés Laurent Fabius lamenta la agresión a "un país que representa la esperanza en el mundo árabe". Sin embargo, la supuesta liberación de las dictaduras meridionales mediterráneas se saldó con regímenes islamistas moderados, si este adjetivo posee algún sentido. Así ocurrió tanto en Túnez como en Egipto y Libia. La propuesta de diálogo siempre resulta insuficiente para la ortodoxia islamista, que como mínimo ha demostrado la optimista sobrevaloración del papel emancipador jugado por las redes sociales de doble filo. Ahora mismo, varios miles de terroristas tunecinos actúan en los países de los alrededores y constituyen el principal contingente nacional del Estado Islámico. Las primaverales referencias poéticas se han marchitado.

El museo del Bardo sintetiza el crisol de culturas tradicionales del Mediterráneo, acentuando el simbolismo de una matanza que vuelve a basarse en la confusión identitaria. Túnez ha arrancado de las portadas una revuelta todavía más inesperada, en el corazón financiero de Frankfurt. Antes de afrontar la resolución de los conflictos ajenos, Europa deberá desembarazarse de la desigualdad propia. Ayer también fue un gran día para los dueños de la boyante industria de la seguridad y los responsables de las agencias estatales de espionaje. A pesar de otra veintena de muertos, los riesgos que conlleva el blindaje de la convivencia superan todavía en peligro a la amenaza islámica.

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