La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

A tiempo y a destiempo

Un cura se confiesa

Recuerdo que fue uno de esos libros que me dejaron huella en aquella lejana y tierna juventud. Este era su título: "Un cura se confiesa". Fue la primera obra significativa del sacerdote y escritor José Luis Martín Descalzo que luego se entregaría apasionadamente a su gran vocación de comunicador. Una obra a caballo entre la crónica y el diario de un sacerdote recién ordenado. Frente aquel muchacho con ojos todavía sin estrenar que era yo, pasaban las personas y los acontecimientos envueltos en un halo de misterio y desafío. Eran retos, situaciones que invitaban a engancharse y aquel libro era como una especie de tráiler de la gran película que, una vez ordenados, habríamos de protagonizar. Fue escrito en 1955, cuando todavía su autor no era cura. Y sin embargo sus fantasías se convirtieron en nuestras fantasías y sus luchas en nuestras luchas. Aunque algunas más explícitas que otras, porque en aquel entonces sólo plantear los afectos podía ser el final de la carrera.

Han pasado los años y desde el tiempo acumulado todo se ve diferente. Madurar como cura y morir como cura es una opción de alto riesgo. Hay que recorrer, ante todo, el camino de la fe y, al mismo tiempo, responder a esa fe desde unas condiciones que no siempre son fáciles de asumir. Hoy todo es diferente y desde arriba se contempla el paisaje recorrido, marcado, unas veces, por zigzags atrevidos e imposibles, otras, por sendas luminosas y bellas. Nada nuevo, sin duda, para cualquiera que se pone a otear su vida desde la altura de los años.

Recuerdo que pocos meses antes de morir, Pepe Alonso me llamó. Estaba proyectando escribir un libro sobre el hecho de ser curas. Me pidió colaboración. Se la ofrecí, como ya lo había hecho para su libro Los gatitos, pero no sé qué fue de aquello, porque algunos meses después Pepe murió. Hoy, después del tiempo transcurrido quiero dejar constancia de mi amistad y de mis años compartidos. Juntos trabajamos en Radio Catedral, en la revista Ráfagas del Seminario y juntos estudiamos en la Universidad de Pamplona. Él filosofía, yo Ciencias de la Comunicación. Luego, cada uno realizamos nuestra tarea de sacerdotes por caminos diferentes, con un punto de encuentro: la enseñanza en el Istic.

Por caminos diferentes, aunque no tanto. Ser cura es una aventura teóricamente hablando. En la realidad todo transcurre por caminos trillados y pistas archiconocidas. En el damero de la diócesis aquel cura que soñaba y aspiraba a salvar medio mundo, se reduce a sustituir una de las fichas desaparecidas. Y a jugar... que no hay tiempo para más sutilezas. Y, de hecho, cuando alguien se hace un camino personal por muy pastoral y necesario que sea apenas si cabe en el organigrama, donde lo importante es la disponibilidad. No tanto en función de las necesidades reales cuanto a la urgencia de llenar vacíos, muchas veces prescindibles.

Hoy todo ha cambiado y me imagino que el verdadero trauma de algunos obispos es no poder disponer a su antojo de los curas, porque lo que hay no le ofrece demasiadas posibilidades. Si quita de aquí no tiene a quien poner y si mueve de allí aquello se le viene abajo. Así que aquí también habría que aplicar aquello de ¡Virgencita déjame como estaba! Hoy los problemas son personales, faltan recursos, pero también estructurales. Seguimos dando las mismas respuestas a preguntas distintas, pero no porque no queramos, es porque no sabemos.

Vuelvo a insistir que hasta ahí, todo parece ajustarse al historial de cualquiera e incluso al iter de la mayoría de las empresas donde lo importante es el beneficio. Pero es ahí donde está la diferencia. Con frecuencia trabajamos, nos gastamos y envejecemos en servicios que ya no nos piden y somos incapaces de innovar, de romper la cáscara de lo nuevo. Y mira que lo intentamos. Hay dificultades para optimizar lo que tenemos. Unas veces son reales, otras son hijas de nuestros miedos, de la ausencia de parresia.

Ahora mismo en nuestra diócesis estamos tratando de perfilar los últimos flecos de un programa pastoral que responda a las nuevas demandas y volvemos, ilusionados, una y otra vez, sobre objetivos, acciones, propuestas, a pesar de que todo nos suena a déjà vu.

Esta es la vida. No escribo para denunciar o quejarme. Ni hablar. Escribo para manifestar nuestra tarea agónica y terca. Nos dimos en su momento, seguimos haciéndolo a pesar de los años, por pura gracia de Dios y aquí estamos dándole golpes al tiempo y braceando como podemos para seguir respondiendo a todo aquello que nos impulsó un día a decir sí y a quemar las naves. Pero no es fácil. Nuestra pasión por atinar, nos hace sufrir. Y esto es algo que entiendo debe caracterizar a todo hombre vocacionado.

Evidentemente, todo está sujeto a las claves de otra gramática. La gramática de Dios que escribe recto con renglones torcidos. Él es capaz de cubrirnos con sus alas y hacernos cruzar los desiertos bajo las sombras de sus nubes, pero nada de esto invalida la experiencia del que, llegado al repecho definitivo de su tiempo, contempla lo que ha vivido

Ser cura fue alguna vez sinónimo de buena vida. "¡Vives como un cura o comes como un cura!", expresiones que hemos escuchado a más de uno. Hoy ciertamente no es así. Es posible que haya excepciones, gente que vive con el complejo de elegido, también ellos integrantes de una casta especial, pero no es lo ordinario ni lo más extendido. Aunque habrá que poner las luces antiniebla, porque se detectan algunas curvas.

En este fin de semana recordamos en todas las eucaristías al Seminario. En él crecí a lo largo de 12 años. Mi recuerdo, cuando ya tuve más o menos idea de lo que significaba ser cura, es gratificante y bello. Aquellos últimos años fueron apasionantes. Pusieron en mi vida y en la del resto de compañeros grandes dosis de ilusión y de osadía. Vivíamos intensamente cualquier cosa que nos sonara a novedad. Un encuentro con alguien, una película, un militante que nos hablaba de una experiencia límite, un libro leído, comentado, y todo casi clandestinamente. Eran todavía tiempos oscuros y el rector de entonces, Manuel Alemán, se las arreglaba como podía para abrir espacios, inquietudes nuevas, en aquel mundo hipercontrolado.

Hoy estoy aquí para confesar que ser cura, tiene sus dificultades. Hoy quizás más que nunca, pero ofrece oportunidades únicas para sanar la vida, para curar. ¿No es esto lo que quiere decir "cura"? Haciendo balance, es de todo lo mejor.

Compartir el artículo

stats