Veías Margin Call y decías: eh, aquí hay un director que sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Con imperfecciones, claro, pero con firmeza e inteligencia. Y apuntabas el nombre: J.C. Chandor. Y luego veías Cuando todo está perdido y decías: eh, pero si no tienen nada qué ver, una era charla tras charla y ésta no tiene diálogos. Y subrayabas el nombre de su responsable para que no se te escapara la siguiente. Y te dices: aquí un tipo del que fiarse. Porque El año más violento es, también con sus pequeños baches que evidencian un talento aún en formación, cine del bueno. Cine que se escapa de las modas pasajeras y de los modos efímeros. Lo comparan con Lumet y Mamet, incluso con Coppola pero Chandor demuestra que sigue su propio camino con personalidad propia. Incluso, y sé que sonará a provocación, tiene perfiles parecidos a los tres citados pero incorporando un elemento que recuerda a Frank Capra: el coraje y la bondad, si se juntan, pueden luchar y a veces vencer en un mundo hostil, en este caso un Nueva York lleno de cascotes morales y sueños fracasados. Cuando tienes miedo de saltar es cuando debes saltar, se sentencia más menos en una escena. Y eso es lo que hace su protagonista, un Oscar Isaac que demuestra que es algo más que un guaperas con una gran interpretación que recuerda irremediablemente al joven Al Pacino por sus miradas intensas y esquinadas, aunque sin acumular peligro ni chulería en ellas.
El año más violento, como ocurría con la obra anterior de Chandor, transcurre en un escenario general de catástrofe donde se incrustan las desgracias personales. En una ciudad nevada donde se siente el frío y los silencios suenan como estampidos, cada palabra cuenta y cada gesto impone su ley.
