Por lo que hasta ahora mostraban las fotografías no se sabía si buscaban los restos de Miguel de Cervantes o los de Pinocho, porque se apreciaba más madera que ceniza. Ahora un doctor ha confirmado el polvo de Cervantes y de su mujer, Catalina de Salazar, aunque falta lo que diga el ADN. Se acabó la paz para las Trinitarias de Madrid, ante las que se abre un nicho de mercado en el negocio del turismo de la estupidez, que consiste en perder horas largas en largas colas para sonreír en selfie delante de un fetiche.
Esta búsqueda tozuda de los restos del autor de El Quijote -el mejor resto que dejó un hombre de cuerpo muy sufrido- nunca se entendió muy bien porque aprecia más al muerto del hoyo que al vivo sin bollo y no es el mejor momento para eso. Pero lo aceptamos porque somos un país dado a venerar las reliquias del santo más que su ejemplo, más fetichista que religioso. Así se entiende esta creación de reliquias cultas que se unirán en la veneración a las patrañas sagradas inventadas en la Edad Media.
Este afán seguirá, intentando enlazar la bioquímica con la literatura de una persona de la que es seguro lo que escribió pero cuya imagen más fiable es un supuesto retrato atribuido al pintor Juan de Jáuregui. El fetichismo cultural avanza creando, para la futura veneración, reliquias de laicos canonizados por el premio Nobel. A finales de febrero, la ministra de Cultura de Colombia depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes una pequeña arqueta de madera con tierra de la casa de Aracataca en la que nació Gabriel García Márquez. El puñado de tierra permanecerá custodiado bajo llave y por tiempo indefinido en la caja número 1.483 de la antigua cámara acorazada de la institución. Esa inconmensurable cursilería sirvió para que varias personas se hicieran una foto para su publicación en el día, en el resumen de la semana y en algún anuario y debería producir rubor por tiempo indefinido.
