Fue un hombre grande, de manos y pelo fuerte. De físico rotundo. De gran corazón; defender al débil le costó más de una bronca. Algunas me gocé y algunas le recriminé. Pero así era y así había que quererle. Fue el último cambullonero. Se llamaba Juan Luis Rodríguez y le conocían por el Cabeza, conocedor de las historias más curiosas que he podido escuchar sobre el Puerto de la Luz. Murió hace unas semanas. Genuino representante del mundo del cambullón; compro, vendo, regalo, busco, propongo. A Juan Luis le podías pedir las cosas más extrañas a las horas más inadecuadas del mundo. No problema. Una vez un amigo salió a media mañana a comprar naranjas. De madrugada se percató de que las posibilidades de hacer el mandado se complicaban. Apareció Juan Luis, conoció el caso y en menos de una hora estaba en la puerta con una caja de naranjas: "Llévatelas para que tu mujer no te abra la cabeza, cabrón". Ese era mi amigo. No sabía manejarse con la escritura pero con los números era un lince de manera que como prestigiado mataperros el día que alguien en la sección Cartas al director le cuestionó la destreza de su tripulación en una regata de vela latina me buscó debajo de las piedras. "Ayala, ven que me tienes que escribir una carta. Voy a pararle las patas a un mierda, pero la firmo yo, ¡eh!" En un bar confeccionamos la misiva que se publicaría con su nombre, claro. Esa mataperrería nos hizo más amigos si cabe. "Si alguna vez alguien se mete contigo me vienes a buscar..." Ni loca. El sabía que me encantaba escuchar sus historias vividas en el Puerto de la Luz donde se movía como pez en el agua. Una madrugada habló de un bebé. Ocurrió en una época en la que el dinero facilitaba bares y mujeres. Me dijo que un día en un local del Puerto un amigo observó cómo un bebé saltaba de unos brazos a otros sin que nadie pusiera orden en aquellos hombres que, entre copas, jugueteaban con la criatura. Poco a poco su amigo se encariñó con aquel bebé al que sentaban en lo alto de la nevera mientras el cafetín seguía su fiesta. Y mandó parar.

Localizó a la mamá y conoció su mala vida. Ella reconoció que no podía atenderlo y lo dejó en sus manos hasta que mejorara su situación, dijo.

Poco después lo adoptaría y el Cabeza fue su padrino.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com