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Artículos de broma

No es el nombre

Hay situaciones tan angustiosas que cuesta nombrarlas o, aún peor, que nombrarlas no quita la angustia que producen. Pero el problema no está en el nombre, sino en el problema. Sirva como ejemplo la impotencia masculina -un problema que angustia a quien lo sufre- pero que, como trata de la picha del hombre, está huérfano de colectivos que quieran imponer su hipersensibilidad a otra consideración. El problema de un hombre que no alcanza la erección se sitúa entre el cerebro y los cuerpos cavernosos del pene, no en la palabra impotencia pero...

-De impotencia, nada. Puedo hacer muchas cosas. Salvo empalmarme.

-Es verdad, impotencia sexual.

-Oiga, tengo una vida sexual rica. El sexo es más que la erección y que la penetración peneal, ya que existen otros apéndices corporales que permiten penetrar con sensibilidad y gusto recíproco, además de utensilios vicarios.

-Sí, es verdad que su enfermedad tiene remedios...

-¿Enfermedad? No es una enfermedad, es una sexualidad alternativa en la que he sabido crecer.

-Vale, ya, pero...

-No, no vale. Hablan de disfunción eréctil como si la erección fuera buena en sí. La mayoría de ellas se pierden en la nada. Hay entre tres y cinco tumescencias peneanas nocturnas de las que no se entera el durmiente. Uno pasa la juventud despertándose en el ejercicio vano de la función eréctil, meramente mecánica. Sin contar la bajeza moral de las erecciones criminales y los accidentes y desgracias porque las erecciones las carga el diablo. Pero aún en la plenitud del vigor, el pene pasa mucho más tiempo arrugado, es decir, normal, porque la erección es una función infrecuente y cuando se vuelve frecuente da en priapismo, que es enfermedad. Está más enfermo el que se empalma que el que no.

­Visto así, tengo que darle la razón. Su Viagra, señor, dijo el farmacéutico.

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