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Contra viento y marea

Túnez, objetivo terrorista

Escribo este artículo bajo la impresión del atentado terrorista que ha llenado de sangre -siempre inocente- el maravilloso museo del Bardo que reúne, no lejos de las ruinas de lo que fue Cartago, una de las mejores colecciones de mosaicos que hay en el mundo, quizás solo detrás de la extraordinaria muestra de Vila Armerina en el corazón de Sicilia. Una veintena de turistas (además de dos ciudadanos tunecinos) han muerto y entre ellos un matrimonio catalán de cierta edad que habían decidido romper la pacífica rutina de la jubilación con un crucero por el Mediterráneo para celebrar sus bodas de oro. El destino es así de caprichoso. Hay también unos cincuenta heridos. Es mucho lo que todavía se ignora del atentado, pero parece ser que su objetivo inicial era el Parlamento donde se debatían nuevas medidas contra el terrorismo, y que al no poder acceder los terroristas se revolvieron contra el vecino museo y los turistas que lo visitaban. Se han salvado los parlamentarios y se ha herido de muerte a la industria turística, siempre tan volátil. El atentado lo ha reclamado el Estado Islámico con un horrible comunicado de odio a los turistas occidentales y donde se afirma que esto es solo el principio.

Es una noticia muy mala porque siempre lo es un atentado terrorista que tiene éxito, pero en este caso es peor porque se ha producido en el único país donde la semilla de libertad plantada por la Primavera Árabe está fructificando. En los demás, desde Libia a Siria, pasando por Egipto, Irak y Yemen, los resultados son decepcionantes o catastróficos según los casos. Túnez es un caso especial pues no solo fue el iniciador del movimiento que ha hecho temblar los cimientos del mundo árabe cuando el suicidio de un vendedor ambulante desesperado originó la revuelta que puso fin a la corrupta dictadura de Ben Ali (que se fue con su dinero a Arabia Saudí), sino que puso en marcha un auténtico proceso democrático doméstico que alumbró una nueva Constitución y celebró elecciones libres en octubre del pasado año. Las ganó el partido liberal Nidaa Tounes que gobierna hoy en coalición con los islamistas de Ennahda, mucho más pragmáticos que sus correligionarios egipcios, empeñados en islamizar a toda costa a una sociedad que prefirió volver al yugo militar antes que caer en una dictadura de islamistas fanatizados.

Pero no todo es color de rosa en Túnez y menos ahora. La economía y la seguridad son los dos puntos débiles de este pequeño país de apenas once millones de habitantes situado en una vecindad muy inestable. Con un crecimiento estimado próximo al 3% (veremos qué pasa ahora), Túnez se las podría arreglar bastante bien si no tuviera un agobiante nivel de paro juvenil, sus exportaciones no dependieran en un 80% de una Europa en crisis que consume menos que antes, la inversión extranjera no hubiera descendido de un 6% a tan solo un 2% del PIB el pasado año y el turismo no supusiera casi el 10% del PIB directo (y quizás alcance hasta el 15% en total), lo que le hace a Túnez ser un país que depende del turismo. Y el turismo será precisamente el gran perjudicado por el atentado del pasado miércoles que hará muy difícil que Túnez logre el objetivo de alcanzar los 6,5 millones de turistas este año.

El segundo gran problema de Túnez es la seguridad, que el país no logró erradicar ni siquiera durante los años de la dictadura como muestra el ataque contra la sinagoga de Ghriba en 2002 que acabó con la vida de veinte turistas alemanes y franceses. Curiosamente hoy Túnez es en relación con su población el mayor suministrador de combatientes en las filas del Estado Islámico, unos 3.000, que es una barbaridad. Quizás sean responsables de este hecho tanto las políticas laicas del padre de la independencia, Habib Bourguiba, como la amnistía que sacó de las cárceles a los más fanatizados y la propia participación hoy en el gobierno de los islamistas de Ennahda a quienes los salafistas radicales acusan de haber traicionado al Islam con una alianza anti-natura con un partido laico. Pero además Túnez tiene dentro de sus fronteras a un poderoso grupo yihadista, Ansar al Sharia, responsable del asesinato de 24 policías solo en 2014 y causante de la inseguridad que hay en las montañas de Chaambi, en la frontera con Argelia. Este es a mi juicio el principal problema de Túnez, emparedado entre dos países tan conflictivos como Libia y Argelia. La primera está sumida en una guerra civil-tribal nutrida con los gigantescos depósitos de armas de Gaddafi, mientras que las enormes extensiones desiertas de la segunda son espacio para correrías descontroladas de delincuentes de toda laya que circulan por el Sahel aprovechando la debilidad de estados fronterizos como Níger o Mali. Es muy difícil que Túnez pueda sellar efectivamente sus fronteras.

El reto para Túnez es reanudar su vida normal sin caer en una represión indiscriminada, manteniendo el gobierno de coalición y uniendo fuerzas todos los tunecinos -laicos y religiosos- en defensa de la democracia lograda con tanto esfuerzo. Esta semana que comienza se reúne en Túnez el Foro Social Mundial que dará una magnífica ocasión para expresar nuestro compromiso y solidaridad con la democracia tunecina. Necesitan ayuda y hay que dársela no solo de boquilla. Su seguridad es la nuestra como también hoy lo es su dolor.

(*) Embajador de España

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