No es un cuento de hadas: yo viví de cerca una época en que había incluso miembros de su partido que abandonaban las reuniones cuando aparecía un vicepresidente de Gobierno que apestaba a corrupción, en una valiente y finalmente victoriosa guerra a la guerra de los corruptos, consiguiendo, por fin, que dimitiera. Después de estar casi cuatro décadas refugiado en el Parlamento para escapar de sus responsabilidades, ese sujeto lo ha dejado rodeado del aplauso del PSOE e incluso del PP, cuya unión, por encarnar a ambos, promueve, como también Felipe González, el expresidente que no tuvo empacho en recibir la suculenta limosna que le dio la empresa eléctrica que él privatizo.
No cabe ejemplo más claro del fracaso de la transición a la democracia, de la reacción y la reconquista por parte de los caciques que, con distintos nombres y alianzas para mantener su poder, gobierna Andalucía y gran parte de España desde -dicen ellos con orgullo- tiempos de los romanos. Hoy mismo esa Andalucía acaba de votar masivamente a la sucesora de Guerra, González y otros presidentes de Andalucía que prefiero no nombrar. ¿Cabe una más típica casta, hasta el punto que ese nombre, de origen español sirvió para denominar el sistema de estratos sociales de la India?
