La Provincia - Diario de Las Palmas

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Las siete esquinas

¿Está el enemigo?

Cuando Gila, con un casco viejo en la cabeza, cogía un teléfono negro de disco y llamaba al enemigo -"¿Está el enemigo? Que se ponga"-, estaba contando una experiencia que en cierta forma había sido la habitual entre nosotros. Porque en este país, durante una gran parte de nuestra historia reciente, no ha habido otro enemigo que el enemigo interior, es decir, el enemigo que podía ser vecino o incluso amigo y hasta hermano. Y la razón es muy simple: todas las guerras que se han librado en España desde la guerra de la independencia (que en Cataluña fue "la guerra del francés") han sido guerras civiles, desde las intermitentes guerras carlistas de mediados del siglo XIX hasta la guerra civil de 1936. "Está el enemigo. Que se ponga".

Y de hecho, en nuestra guerra civil hubo multitud de casos de familiares que combatieron en bandos distintos, a veces por motivos ideológicos y en otros casos por simple casualidad, ya que el hecho de que la guerra los sorprendiera en un lugar o en otro -en Barcelona, por ejemplo, en vez de Valladolid- los convirtió de inmediato en un "fascista" o en un "republicano", aunque la persona en concreto no compartiera en absoluto esas ideas, si es que las tenía. Y una de las imágenes más tristes de la guerra civil en Mallorca, que contaba Massot i Muntaner en alguno de sus libros, era la del hijo de un fusilado republicano -no recuerdo ahora si era Alejandro Jaume- vestido con el uniforme de soldado franquista y llorando en un banco de la calle Sant Miquel, al día siguiente del fusilamiento de su padre. Y me pregunto qué sintió aquel chico cuando tuvo que luchar en el mismo ejército que había asesinado -y digo bien, asesinado- a su padre con un juicio amañado.

Para nosotros hablar de una guerra es hablar de la guerra civil, porque España no participó ni en la Primera ni en la Segunda Guerra Mundial, y no recordamos ninguna otra guerra en la que hayan participado familiares nuestros y que de algún modo haya determinado nuestra vida. La última guerra que se libró aquí contra un ejército extranjero fue la guerra de la independencia, en 1808, y en Cabrera están enterrados muchos de los prisioneros franceses de la batalla de Bailén que fueron confinados allí durante cinco años terribles. Pero aquella guerra también tuvo mucho de guerra civil, porque el sector más ilustrado de la población se puso del lado de los napoleónicos (eso hicieron Goya y Moratín, o el cura Cristòfol Cladera en Mallorca), así que también hubo un enfrentamiento entre españoles que inauguraba un siglo y medio largo de guerras civiles. Es cierto que más tarde hubo otras dos guerras, la de Cuba y la de Marruecos, que se libraron lejos de nuestro país, pero esas guerras también fueron guerras en cierta forma domésticas: Cuba era una colonia española, y Marruecos era algo muy parecido, un protectorado, así que luchar contra los mambises o contra los rifeños rebeldes -como los llamaban nuestros abuelos- también fue en cierta forma una guerra contra un enemigo interior. Y además, tanto la guerra de Cuba como la de Marruecos fueron guerras impopulares, que la mayor parte de la población -la que tenía que enviar a luchar a sus hijos- vio siempre como guerras estúpidas que sólo interesaban a los militares. De modo que esas guerras, aunque lejanas, tampoco se vivieron como guerras contra un enemigo que amenazaba a nuestro país.

Imagino que todo esto explica lo que pasó el once de marzo de 2004, hace ahora once años, cuando un grupo de yihadistas puso las bombas en los trenes de Madrid. Aunque parezca mentira, casi nadie se tomó aquella agresión como un ataque llegado del exterior, sino que todo el mundo prefirió tomárselo como una de tantas prolongaciones perversas de nuestras guerras civiles. Y así, lo que podríamos llamar "derecha" se empeñó en culpar a ETA, es decir, al enemigo interior; y lo que se podría llamar "izquierda" se empeñó en culpar al presidente del gobierno, Aznar, es decir, el otro enemigo interior que "usurpaba" el poder. Y la cosa ha llegado tan lejos que aún hoy, once años después, las asociaciones de familiares de las víctimas siguen divididas en dos, cada una con su credo oficial y su interpretación antagónica de los hechos. Y por supuesto que nadie o casi nadie se acordó ni se acuerda de los yihadistas que pusieron las bombas, esos mismos yihadistas que están cobrando cada vez más fuerza al otro lado del Mediterráneo.

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