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Crónicas galantes

El presidente que pasa de todo

Hace apenas unos meses no se hablaba de otra cosa que de Cataluña. El Estado (español, por supuesto) parecía al borde de la centrifugación que separaría a uno de sus territorios, pero tan grave asunto no tardó en pasar de moda a medida que dejaba de abrir los telediarios. Quizá eso explique la merma en el voto a los partidos independentistas que a día de hoy registran las encuestas.

Es lo que tienen las modas, ahora llamadas tendencias: que también ellas tienden a pasar de moda. La tele, gran fabricante de realidad, puede crear -o agrandar- la ilusión de que algo existe; pero los asuntos que reclaman su atención son tantos que, inevitablemente, acaban por atropellarse unos a otros.

Una vez extinguidos los ecos del referéndum de fogueo que convocó Artur Mas, las preocupaciones de la ciudadanía -es decir: las de la tele- son ya otras. El lugar de Cataluña han pasado a ocuparlo los bárbaros del Estado Islámico, tan diestros en el manejo de vídeos truculentos; y ahora mismo, el peligro que corren los turistas españoles cuando eligen países de la primavera árabe como destino de vacaciones.

Quien mejor parece haber entendido este carácter fugaz de las noticias es, sin duda, el todavía presidente Mariano Rajoy. Sus adversarios y, sobre todo, algunos de sus colegas de partido, suelen reputarlo de indeciso cuando no de pasmarote; pero el suyo es en realidad un talante liberal en sentido estricto. Consiste esencialmente en aplicar la fórmula laissez faire, laissez passer a los acontecimientos, de tal modo que vayan pasando y dejen de interesar al público.

Fue así, ejerciendo el papel del impávido Don Tancredo en medio de la plaza, como lidió con dos cuestiones de la gravedad de una recesión (económica) y un proyecto de secesión en Cataluña. En uno y otro caso, Rajoy se limitó a mirar al tendido, haciendo como que no veía a los miuras que pasaban a su lado.

El propio presidente explicaría tiempo después por qué no atendió a los requerimientos de quienes le urgían a pedir el rescate de España, ni a aquellos que le incitaban a suspender la autonomía de Cataluña y, ya puestos, meter a Mas entre rejas. "A veces, la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión", aclaró Rajoy a su laberíntica manera.

Quizá encontrase inspiración -aunque no es seguro- en una técnica utilizada en su día por el general Franco, que paradójicamente era un famoso azote de liberales. Contaron algunos de sus colaboradores que el dictador usaba únicamente dos cajones de su mesa de despacho, que abría y cerraba de vez en cuando para trasladar papeles de sitio. "El cajón de la izquierda", les aclaró Franco, "es el de los problemas que el tiempo resolverá; y en el de la derecha están los problemas que el tiempo ya ha resuelto".

Lo de Rajoy parece más bien una alergia a las urgencias de la actualidad que le lleva a no hacer nada con la esperanza de que el tiempo acabe por enfriar hasta los más candentes problemas. Los hechos avalan por el momento la eficacia de esta fórmula, visto lo poco que se habla ya del rescate financiero de España o de la independencia de Cataluña.

Quizá por eso sorprenda que no pare de hacer alusiones -si bien discretas- a Podemos en sus discursos. Será que solo el telegénico Pablo Iglesias consigue apartar a Rajoy de su hábito de pasar de todo. Con lo bien que le ha ido hasta ahora.

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