El mayor problema de los accidentes aéreos ( el medio de transporte más seguro desde un punto de vista estadístico) es que, salvo en casos muy raros, no suelen dejar supervivientes. Y menos todavía cuando el sujeto de la tragedia es una gran aeronave dedicada al transporte de viajeros. Entonces, la posibilidad de supervivencia se reduce prácticamente a cero. Como acaba de suceder hace dos días con un avión alemán que se estrelló en los Alpes franceses cuando viajaba desde Barcelona a Dusseldorf con 6 tripulantes y154 pasajeros a bordo. Dado que la fiabilidad del tráfico aéreo es un elemento imprescindible para el buen desarrollo de la globalización económica, las autoridades se han puesto inmediatamente a investigar las causas del accidente que ofrece algunas incógnitas.

En los medios se ha especulado con un hipotético ataque terrorista, con la despresurización de la cabina de mando, con algún fallo técnico imprevisible que pudiera haber confundido a los pilotos sobre su situación, y con algunas cosas más. Hasta el momento de escribir esta crónica, nadie se explica por qué, con una situación meteorológica estable, el avión descendió sin aparente brusquedad desde una altura de 10.000 metros hasta estrellarse ocho minutos después en una zona montañosa.

En un trance como ese, si el pasaje tuvo conciencia del peligro inminente, la sensación de pánico ante la imposibilidad de escapar con vida de allí debió de ser angustiosa. Cada uno de esos ocho minutos tuvo que resultar eterno. Cualquiera que haya viajado algo en avión y haya pasado algún momento de zozobra durante unas turbulencias, o algún vaivén por causa del viento antes de un aterrizaje, sentirá un escalofrío imaginando como se sentiría él en una situación parecida. Hace años, bastantes, cuando los aviones todavía eran de hélice , se estrelló un avión en las proximidades del aeropuerto la ciudad donde ahora resido. Y uno de los detalles que más impresionó al vecindario fue el relato de un testigo presencial que dijo haber visto las caras angustiadas de los pasajeros a través de las ventanillas del aparato unos segundos antes de producirse la tragedia. Yo era entonces muy pequeño y no sé si el episodio se produjo realmente como se contó, pero desde entonces cada vez que se produce un accidente de estas características me imagino el horror de los que saben por anticipado que van a morir. Una sensación de angustia que no se da en cambio en los accidentes de coche, en los que la sorpresa da muy poco margen para la reflexión.

Mientras aguardamos una explicación segura sobre las causas del accidente del avión alemán, los medios nos saturan con análisis desde todos los puntos de vista. Hemos oído declaraciones de pilotos, de controladores aéreos, de montañeros, de miembros de equipos de rescate, de bomberos, de policías, de médicos forenses, de abogados, y de psicólogos. Y todos nos han informado con detalle sobre el protocolo a seguir, desde la trabajosa identificación de unos cuerpos despedazados hasta la exigencia de responsabilidades legales. Y apenas quedó resquicio para la caridad. Al que esto escribe le causó una honda pena ( quizás por proximidad) la muerte de un joven vecino que trabajaba para una empresa textil alemana. Deja tres hijos de corta edad y su esposa esperaba un cuarto.