Políticamente el señor Bravo de Laguna siempre ha sido un cínico. Un cínico imperturbable que ha entendido las exigencias de la política democrática como un chaleco que puede ponerse o no según la temporada. Basta recordar como, en su grisácea y sin embargo convulsa época como presidente del PP, Bravo de Laguna, tras pactar con la recental CC, decidió aposentarse en la Presidencia del Parlamento. Imagínense a José Manuel Soria instalado en dicha poltrona entre 2003 y 2007, cuando le tocó pactar con CC, para aquilatar el caprichoso disparate. Que el máximo responsable de uno de los partidos del pacto de gobierno fuera, al mismo tiempo, presidente de la Cámara, constituía una contradicción escandalosa, pero a Bravo, como a los dirigentes coalicioneros, este contrasentido democrático le importaba un higo-pico. Cuando, en los primeros meses de esta disparatada travesía parlamentaria, se le preguntaba al respecto, Bravo de Laguna utilizaba su habitual técnica intelectual: estirar ligeramente el labio inferior, bajar la vocecita y preguntar acto seguido: "¿Y por qué? ¿Por qué es incorrecto? ¿Porque lo dice usted?" Y ya está. Cuando se siente atacado -porque Bravo de Laguna, bajo un barniz de caballerosidad vintage, entiende invariablemente la crítica como una agresión- siempre responde con otra pregunta cargada de desprecio, cuando no con un chiste malo, a veces incomprensible y a veces hiriente.

Años más tarde Bravo de Laguna, para conseguir una mayoría suficiente en el Cabildo, no mostró ningún reparo en pactar con dos tránsfugas, Juan Domínguez y Antonio Hernández Lobo, a fin de blindar su presidencia. El PP no musitó una palabra de condena, obviamente. Ayer reverdeció su cinismo al proclamar que no es ningún tránsfuga, porque fue "elegido por los ciudadanos". Es una boutade tan necia que incluso avergüenza refutarla: un tránsfuga no es aquel elegido por marcianos, sino el que sin abandonar el cargo público para el que fue votado se pasa a otro partido. Y Bravo de Laguna ha inscrito un partido propio para presentarse a las elecciones de mayo. Es un tránsfuga de tomo, lomo y bigotito: el primer tránsfuga que mancilla con semejante sinvergüencería el Cabildo. Lo más penoso de esta situación, sin embargo, es que opaca la muy mediocre gestión política de Bravo de Laguna en los últimos cuatro años, en los que el Cabildo ha perdido otra oportunidad de modernización organizativa y administrativa y ha continuado sesteando sobre el atormentado cogote de una isla sumida en la crisis económica y social más grave del último medio siglo. Tal vez por eso Bravo de Laguna se ha vuelto insularista. Para echarles la culpa a otros de lo que, con sus acciones e inacciones, ha contribuido a fraguar.