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Cine 'Puro vicio'

Fuera de control

"Ella vino por el callejón y subió las escaleras traseras, como antes. Hacía un año que Doc no la veía. Que nadie la había visto. Por entonces iba siempre en sandalias, con la parte de abajo de un bikini estampado de flores y una camiseta desteñida de Country Joe & the Fish. Pero esa noche vestía de pies a cabeza como una chica de tierra adentro y llevaba el pelo mucho más corto de lo que él recordaba: la pinta que ella juraba, en el pasado, que nunca tendría". Así empieza la novela de Thomas Pynchon, Vicio propio, que Paul Thomas Anderson ha llevado a la pantalla grande (en España la han rebautizado con el título de Puro vicio) con desigual fortuna.

Si la novela de Pynchon, publicada en 2009, remitía a las contantes narrativas de la obra de Raymond Chandler: detective solitario, una cliente femme fatale, policías corruptos; la adaptación de Anderson entronca con algunas constantes de la obra de Elmore Leonard, una narrativa más desenfada, ácida y profundamente irónica. De lo que no cabe duda es que la película de Anderson es una reescritura posmoderna del género negro que juega con los clichés asociados al hardboiled de manera muy autoconsciente y con aires de parodia. Si el detective clásico era capaz de resolver el misterio que se le presentaba, el detective posmoderno parece no ya incapaz de resolverlo, sino de ordenar las pistas.

El cine de Anderson es ante todo visual, sin por ello dejar nunca de contar historias interesantes; lo malo es que a veces las imágenes y las historias van a velocidades diferentes, malogrando en parte el resultado final. Hay historias que van más allá de las imágenes, como en Magnolia, y hay imágenes que van más allá de las historias, como en Pozos de ambición. Lo cierto es que a Anderson vale la pena seguirle aunque a veces parezca desorientado, confundido o simplemente descaminado, como en Puro vicio, donde el artificio, fuera de control, quiere ser más artificial que nunca y los actores se sitúan muy por encima de sus personajes, hasta resultar en algunos casos grotescos.

Puro vicio no es lo que podría llamarse una película redonda. Sus largos 148 minutos no sólo pesan, sino que no le habría venido mal una puesta en escena menos anárquica y un guión más tensado, excesivamente sometido a las idas y venidas del detective protagonista, interpretado por un Joaquin Phoenix entregado a los excesos de su personaje. De ahí que sólo convenza a los que ya están convencidos, haga lo que haga, del genio de Anderson. Igual es mucho pedir, pero si el espectador hace oídos sordos a la falta de coherencia narrativa, puede disfrutar de un buen entretenimiento.

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