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Reflexión

Santa Teresa de Jesús vista por la medicina

La vida y la salud de Santa Teresa de Jesús han merecido el interés de la medicina por los claroscuros de su patobiografía. Los santos y las santas padecen enfermedades y no es obligatorio acudir a lo sobrenatural para interpretar sus síntomas o curación. Santa Teresa permite también, con los datos que aporta en su Libro de la Vida, elaborar su historia clínica. Teresa nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. Cuando tenía 16 años, para apartarla de coqueterías, su padre la ingresa en el monasterio de Santa María de Gracia. En aquella época las monjas se autoabastecían de sus familias y Teresa recibía alimentos de una finca familiar en la que había numeroso ganado caprino. Allí "diome una gran enfermedad" y la llevaron a la casa de su hermana mayor. Con 20 años entró en el monasterio de la Encarnación y realizó el voto de profesión de carmelita el 3 de noviembre de 1537. En el otoño de 1538 su padre la sacó del convento enferma porque "era el mal tan grave". Entonces "comenzárome a crecer los desmayos, y diome un mal al corazón tan grandísimo que ponía espanto en quien le veía, y otros muchos males juntos".

En la primavera siguiente la trata una curandera de Becedas, Ávila, con hierbas del campo "con una cura más recia que pedía mi complexión". A los "dos meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida; y el rigor del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él , tanto que se temió que era rabia. Con la falta grande de virtud, porque ninguna cosa podía comer si no era bebida, de grande hastío, calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me había dado una purga cada día, estaba tan abrasada que se me comenzaron a encoger los nervios con dolores tan incomportables, que día ni noche ningún sosiego podía tener". La enfermedad evolucionó con una pericarditis y aumento de dolores causados por una polineuritis con parálisis. Entonces su padre decidió llevarla a Ávila para que la trataran de nuevo los médicos en los que antes no había confiado. Todos "me desahuciaron y decían que estaba hética". La enfermedad se agravó a partir de abril y el 15 de agosto de 1539 pide un confesor. Dice Santa Teresa que "diome aquella noche un parasismo que me duró estar sin ningún sentido cuatro días, poco menos. En esto me dieron el Sacramento de la Unción, y cada hora u momento pensaban espiraba, y no hacían sino decirme el credo, como si alguna cosa entendiera; teníanme a veces por tan muerta que hasta la cera me hallé después en los ojos" y en su convento abrieron una sepultura. Estando en estado de insensibilidad se inició un fuego en su cama al caer un velón encendido pero ella permaneció inconsciente. "La lengua hecha pedazos de mordida; la garganta de no haber pasado nada y la gran flaqueza que me ahogaba, que aún el agua no podía pasar: toda me parecía estaba descoyuntada; con grandísimo desatino en la cabeza; toda encogida, hecha un ovillo, [?] solo un dedo me parece podía menear de la mano derecha".

Muchos diagnósticos se han hecho de neurosis, cardiopatía, brucelosis, cisticercosis, paludismo y tuberculosis. Teresa de Ávila no padeció histeria ni epilepsia (Rof Carballo, López Ibor), ni un síndrome catatónico. Marañón, en el prólogo de la versión francesa del Libro de las Fundaciones, critica a los que afirman que Santa Teresa padeció histeria. Las convulsiones, según Senra Varela, que se presentaron una sola vez en su vida, junto con el coma eran sintomáticas de una meningoencefalitis causada por brucelosis. Se sabe, además, que una complicación tardía de la neurobrucelosis es la aparición de la enfermedad de Parkinson, que también padeció Santa Teresa después de los 50 años. No obstante García-Albea, neurólogo, relaciona los éxtasis como crisis convulsivas del tipo "epilepsia de Dostoievski" , o epilepsia extática, de origen en el lóbulo temporal derecho y probablemente secundaria a una neurocisticercosis. Ajuriaguerra sitúa en el hemisferio derecho las lesiones causantes de crisis parciales con ilusiones del esquema corporal del tipo de ligereza o levitación y señala su elevada asociación con estados afectivos y alucinatorios. Muy discutida es la opinión de Alonso-Fernández, psiquiatra, que afirma que la depresión junto a unos arraigados sentimientos de miedo y culpa, pudieron ser los causantes de que experimentase los éxtasis de iluminación que marcaron la vida de una mujer de una grandeza mística reconocida. El diagnóstico de sus enfermedades no desluce el sublime respeto a Santa Teresa. Marañón muestra su admiración por la personalidad humana, espiritual y literaria de Santa Teresa que nos permite captar la grandeza mística vertida en su obra literaria dejando jirones de su personalidad como deja el cordero copos de su lana entre las zarzas.

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