Como todas las niñas la de mi historia también saltaba, cantaba, bailaba y comía chucherías. Ese fue el despiste. Eso fue lo que confundió a sus padres el día que la pequeña, 7 años, comenzó a quejarse de la barriguita. "Comes muchas golosinas", dijeron enfadados. Como seguía quejándose decidieron llevarla al Materno Infantil en la creencia de que en una hora estaría de nuevo en casa con un leve tratamiento para lo que parecía una simple gastroenteritis. Se equivocaron. Los médicos no tuvieron que hacer muchas pruebas para detectarle una enfermedad oncológica que desde ese día les tiene entrando y saliendo del hospital con el corazón en un puño. La mamá tiene 41 años y agarrada está a todos los santos porque la vida de su niña corre peligro aunque la chiquilla, como una campeona, ha ido superando situaciones muy comprometidas.

La cotidianidad de la familia ha dado la vuelta como un calcetín. Hasta ahora los fines de semana los dedicaban a pasear, playa y campo, pero desde aquel día se acabó la paz. Mamá y papá viven pendientes del hospital y junto a su hija pasan el día y la noche sin que la niña vea un atisbo de tristeza. No pueden. Aunque el corazón duela hay que reír, entretenerla con todo lo que puedan. Ni una lágrima. Muchas pelis de dibujos. Un día un familiar contó en las redes el caso y relató que el único entretenimiento de la mamá durante las horas con su niña era y son las redes. Con ellas se distrae. Eso sirvió para que su muro recibiera una avalancha de palabras de apoyo que la emocionaron. Se desató una corriente de compañía virtual que animó su lucha e ilumina sus amaneceres. Ella cuenta cómo en FB han pasado la noche y ese diálogo le reconforta. Ayer recibí una foto de la niña. Cuando la vi reparé en el trance doloroso que viven unos padres que sabiendo como saben que la medicina está poniendo todo de su parte para sacarla adelante son realistas y tienen miedo. De pronto recordé a otros niños que libran la misma batalla. Cuatro a su lado. De manera que dedicarle estas letras no tiene más sentido que recordarles que las palabras curan heridas, son milagrosas. A cuenta del accidente en Los Alpes un psicólogo hablaba ayer de los poderes curativos del recuerdo, del amor y del afecto en situaciones límites, por eso hoy quise recordar a Linda, la niña, que aunque no se llama así debía llamarse.

Porque lo es.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com