La Provincia - Diario de Las Palmas

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A la intemperie

Un cuento de terror

Hubo un tiempo en el que Londres tenía un prestigio, un aroma, una aureola de qué sé yo qué. Una época en la que en Londres todo ocurría un cuarto de hora antes que en España, país de segunda mano en el que llevábamos el abrigo que se le había quedado pequeño al hermano mayor. Hablamos de los setenta o por ahí.

-Me voy a Londres la semana que viene, ¿quieres algo? -te decía el moderno de entonces, no para hacerte un favor, sino para hacerte saber que tenía posibles (o coraje).

-Pues sí -decías tú-, un aparato para escuchar la respiración del niño y una tijera para zurdos.

El caso es que cuando me trajeron el aparato, coloqué el emisor en la habitación del bebé y el receptor en la mesilla de noche de la mía. En efecto, la respiración del crío llegaba, amplificada, a mis oídos con una limpieza sobrecogedora. Yo me metía en la cama, me colocaba boca arriba, con las manos debajo de la nuca, y en vez de poner la radio, ponía la respiración. Ahí empezaba un juego difícil de resuellos, pues intentar adaptar el mío al del niño venía a ser como cortar una hoja de papel con la mano izquierda utilizando unas tijeras para diestros. No había forma: o mis inspiraciones resultaban lentas o sus expiraciones largas.

Luego había instantes en los que se interrumpía el contacto, lo que me obligaba a saltar con pánico de entre las sábanas y acudir a su dormitorio, donde la muerte súbita, con su guadaña de todo a cien, ni estaba ni se la esperaba. El control de las respiraciones comenzó a parecerme un poco siniestro. Además escuché, a través de mi receptor, una conversación terrible y triste entre los vecinos de arriba que se coló misteriosamente en nuestro interfono. Me deshice, no sin sentimiento de culpa, del chisme (conservé las tijeras) y volví a escuchar la radio por las noches, según mi costumbre. Fuera del ámbito del yoga y del mundo de la aeronáutica (sección cajas negras) la respiración carece de protagonismo. Ello, a pesar de que mucha gente, además de por la nariz y la boca, respira por la herida.

Hemos hablado de todo esto en el taller de escritura y los alumnos han quedado en escribir un cuento de terror. A ver qué sale.

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