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Crónicas galantes

Millonarios contra la herencia

Tim Cook, presidente de Apple, ha sido el último -o quizá ya el penúltimo- en unirse a la revolución de los millonarios que donan la mayor parte de sus fortunas al pueblo e impugnan sin pretenderlo la institución de la herencia. Cook acaba de anunciar que cederá a la beneficencia los 785 millones de dólares en los que se cifra su patrimonio, una vez deducidos los gastos de educación de un sobrino. De poco va a servirle a este último el tener un tío rico en América. Antes que el jefe de la empresa inventora del iPhone y el Mac, habían hecho también algo parecido Bill Gates, mandamás de Microsoft, y el inversionista Warren Buffett, que ocupan el primer y el tercer puesto en la lista de los hombres más ricos del planeta. Los dos crearon la fundación GivingPledge -La promesa de dar- a la que se han unido unos cuarenta multimillonarios norteamericanos bajo el compromiso de legar, en vida o a su defunción, más de la mitad de sus fortunas. Dado que en América se hace todo a lo grande, la cifra ya donada o comprometida asciende a 125.000 millones de euros. Ríase usted de los rastrillos de caridad. No se trata de que estos potentados vayan a dejar a su prole en la indigencia, como es natural. Aunque solo leguen a los hijos una porción menor de su fortuna, esta es lo bastante cuantiosa como para que los parcialmente desheredados vivan de lo más ricamente. Buffett lo explica así: "Les dejaré el dinero suficiente para que sientan que pueden hacer cualquier cosa, pero no tanto como para que no hagan nada". Dicho de otro modo, estos inesperados revolucionarios quieren acabar con la figura del hijo de papá, aunque no es seguro que lo consigan. No han llegado -aún- a los extremos del anarquista Mijaíl Bakunin, que en el congreso de la I Internacional tuvo sus peloteras con Carlos Marx por defender, precisamente, la abolición del derecho de herencia; pero quién sabe si no estarán en ello.

Hay más de una diferencia de matiz. Si los anarquistas sostenían que la propiedad es un robo, los ultraliberales americanos fundan sus ideas vagamente libertarias en el derecho a la posesión de las cosas obtenidas con el propio esfuerzo. Ahora bien: están dispuestos a repartirlas y, sobre todo, a modificar el rutinario traspaso de bienes de una generación a otra que da origen a las estirpes: antes nobiliarias y ahora industriales o financieras. Lo suyo es, más que otra cosa, una apología del mérito personal bajo el principio de que todo el mundo -rico o no- debe buscarse la vida.

Estos son sucesos singulares propios del país que, no por casualidad, nació de la primera gran revolución liberal y aún sigue revolucionando la marcha del mundo con su perseverante capacidad de invención. Un mundo que hoy no se entendería sin los ordenadores, los telefonillos móviles que ya los están sustituyendo o la telaraña de Internet que lo ha cambiado todo: desde los hábitos de la gente a las relaciones económicas globales. Por lógica tenía que ser también la América rompedora, imaginativa y a veces algo excéntrica, el lugar donde naciese un movimiento de millonarios que -a su modo- impugnan la histórica institución de la herencia. Mientras eso ocurre al otro lado del Atlántico, aquí en Europa reaccionamos contra la globalización y hasta intentamos darle vida a la momia de Lenin. Cualquiera diría que la revolución sigue siendo americana.

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