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Opinión

Yemen, telón de fondo

La recta final de las negociaciones sobre el programa atómico iraní tiene como telón de fondo la intervención de Arabia Saudí en Yemen. En efecto, el pasado jueves, cuando los negociadores de Teherán y el Grupo 5+1 volvían a sentarse a la mesa en Lausana para hacer frente a cinco días de diálogo maratoniano, una coalición islámica suní encabezada por los saudíes bombardeaba las posiciones de los rebeldes hutíes, chiíes apoyados por Irán, que tras haberse hecho con el control de la capital, Saná, se dirigían a Adén, la segunda ciudad del país, donde se encuentra refugiado el presidente del país, apoyado por EE UU.

Pero vayamos por partes para arrojar luz sobre esta batalla en la que, a través de Arabia Saudí y Yemen, se enfrentan los mismos EE UU e Irán que están negociando en Suiza. Empecemos por el Yemen, los suníes y los chiíes. En la práctica, Yemen, frontera sur de Arabia Saudí, es un estado fallido en el que campan a sus anchas los terroristas de Al Qaeda, suníes, y, desde hace unos meses, los del Estado Islámico, también suníes, que el pasado día 20 dieron su primer gran zarpazo mediante un triple atentado que causó más de 150 muertos. Chiíes.

En la escasa porción del país que aún tiene visos de Estado, la primavera árabe puso en marcha en 2011 un proceso que, con el respaldo de EE UU, dio fin a las tres décadas largas de dictadura de Alí Abdulá Al Saleh, suní, y tras no pocos vaivenes situó en la presidencia a Abderramán Al Mansur Al Hadi, también suní. En septiembre del pasado año, los hutíes, chiíes, como los iraníes, se rebelaron para exigir una mayor participación en los asuntos del Estado, que monopolizan los suníes, y tomaron la capital Saná.

Suníes y chiíes, las dos palabras que más se repiten en los tres párrafos anteriores, son las dos ramas principales del islam, una división que viene del momento mismo de la muerte de Mahoma (siglo VII), ya que los chiíes fueron quienes apoyaron a Alí, el primo y yerno del Profeta, como sucesor, y los suníes quienes se inclinaron por Abu Bakr. Sin entrar en cuestiones teológicas, y desde un punto de vista estrictamente geopolítico, Irán, el régimen de los clérigos, es la cabeza visible del minoritario mundo chií, mientras que Arabia Saudí, es la cabeza del mundo suní. Ambos mundos son en apariencia irreconciliables y algunos grupos suníes como el Estado Islámico consideran que los chiíes deben ser abatidos antes aún que los infieles.

Irán, aliado de EE UU hasta que los clérigos chiíes derrocaron al Sha en 1979, lleva más de tres décadas aislado en la comunidad internacional, situación de la que pretende salir mediante las negociaciones en curso. Sin embargo, la guerra de Siria y, al calor de esta, la eclosión del yihadismo del Estado Islámico, le han permitido reforzar sus tentáculos en Líbano, donde los chiíes de Hizbulá son desde hace años fuerza dominante; en Siria, donde apoya desde el principio de la guerra civil al dictador Al Asad; en Irak, donde EE UU colocó a los chiíes al frente del país tras el derrocamiento del suní Sadam Husein, y donde colabora tácitamente con Washington en la lucha contra el EI; y, al fin, en Yemen. Una expansión que, unida a la posibilidad de que un acuerdo en Suiza saque a Irán de la postración, ha parecido recomendar a la alarmada Arabia Saudí poner, con el beneplácito de EE UU, freno a la aventura yemení.

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