De repente las palabras comenzaron a llorar. No hay derecho que el maestro se marche casi sin avisar. Miro a las estanterías y noto a los verbos desorientados, me cuentan que un sustantivo decidió dimitir y que los adjetivos están dispuestos a rebelarse, porque tienen miedo a que los vuelvan a poner al servicio de los poderosos. Y los pronombres, fuerte lío, ¿cómo me dirijo a ti Eduardo Galeano?, no, perdón, quise decir a vos.

En las redes sociales la gente pone tus fotos y tus textos. En esos muros donde muchos hacen negocio, aparecen los nadies, los indios, los brazos que trabajan, los silenciados de siempre. Tuve la oportunidad de verte en las selvas mejicanas, en Chiapas, en aquel encuentro que en 1996 organizaron los miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aquellos mayas ninguneados por el gobierno mexicano que se taparon el rostro para que los vieran. Allí estabas tú conversando con la gente, haciendo cola para comer unas tortas con frijoles. La gente se acercaba para agradecerte tus libros y tú respondías con una sonrisa.

Qué curioso que mueres el mismo día que Günter Grass, un Premio Nobel de Literatura. Parece como un mensaje que tú no querías dar, no te dieron el más alto galardón aunque fuiste un escritor universal y tus libros han llegado a muchos rincones del mundo. El profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Jacksonville (Estados Unidos), el uruguayo Jorge Majfud escribía ayer en El País que la magia de tus palabras sobrevive incluso en los textos en inglés y conmueven al más conservador de sus estudiantes.

Con Las venas abiertas de América Latina aprendimos que los libros de historia no tienen por qué escribirse siempre desde el lado de los vencedores. A veces tuve la fantasía de que tú llegabas a Canarias hace cinco siglos y en lugar de Abreu Galindo o Torriani los libros de la conquista de las islas los escribía Eduardo Galeano y se enseñaban en nuestras escuelas. Veríamos la historia de otro modo y a más de uno se le caería la cara de vergüenza por desfilar con un pendón entre las imágenes de los santos.

Pusiste en un lugar de honor de la historia a la sindicalista boliviana Domitila Barrios que combatió la dictadura de su país con una huelga de hambre y gritó a los mineros "nuestro enemigo es el miedo". Contaste al mundo el asesinato de Myrna Mack, una defensora de los derechos humanos que denunció las torturas y matanzas cometidas por el ejército de Guatemala durante las "democracias" apadrinadas por Estados Unidos.

Ten cuidadito dónde te metes, Eduardo. Qué tonterías escribo, será que las palabras están tristes y no saben por dónde salir. Porque a ti no hay que decirte que mires por donde caminas. Estoy convencido de que cuando te vean llegar con tu mochila cargada con tus libros agacharán la cabeza avergonzados Hernán Cortés, Somoza, Pinochet, Videla, Jacobo Arbenz, Nixon, Reagan o Bordaberry. Y seguro que Víctor Jara, Neruda, Benedetti, Domitila, Myrna Mack, Allende o Mandela, te abrazarán como nos abrazan tus libros. Me imagino que para esos señores que dirigen el mundo desde esos consejos de administración de las multinacionales que tú retrataste muy bien, esos que hacen política sin decirlo, para esa gente hoy es un día más, porque sólo miran los números. Pero toda la buena gente que mira las letras, y que tanto aprendió con tus relatos, para tantos y tantos protagonistas de tus libros hoy es un día triste, no abundan los escritores que se ocupen de los nadies, de los ninguneados en la historia y en los "miedos de comunicación", por eso las palabras decentes, las que no quieren engañar ni dominar, esas palabras que tú manejabas tan bien están tristes, las palabras lloran al maestro Galeano.

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