Estaba deseando que comenzara la campaña electoral. No es que le gustara ver la ciudad llena de sonrisas fingidas, frases tópicas y mentiras reincidentes. Reconocía que prefería ver las palmeras como siempre, con sus ramas movidas por el viento, y no cargadas de carteles con caretos de esos políticos que son como agentes inmobiliarios que quieren vender la casa que ellos mismos han destrozado. A pesar de todo eso, ella estaba deseando que llegara la campaña electoral, y por eso el mismo viernes quedó con su amante en la avenida de Las Canteras, en la pizzería de siempre. ¡Qué raro!, pensó él, porque precisamente en la avenida no hay carteles electorales. Pero a ella le gustaban los prolegómenos. No se veían desde las elecciones europeas. Ella quería ponerse al día con la vida de él. ¿Cómo estaban sus hijos? ¿Seguían haciéndole mobbing en la empresa? ¿Su esposa seguía presumiendo de marido ejemplar?

Ella le hablaría de su precariedad laboral. Desde las elecciones europeas había pasado por cuatro situaciones diferentes: desempleada, contrato por tres días en una feria, autónoma por dos meses y contrato por obra un mes y medio. Después de contarle su periplo laboral del último año culminaría su relato con una sentencia política: "Lo peor de todo es el jugo que tus amigos del PP sacarán a mi historia de pringada: en las estadísticas he sido tres empleos de la era Rajoy y, además, durante unos meses fui una emprendedora, ¡hay que joderse!", él respondería con una sonrisa condescendiente, un ejecutivo de una empresa de trabajo temporal debe olvidarse por la noche del discurso que repite todos los días si quiere terminar bien el encuentro con su amante. Acabaron los postres y se fueron al parking. Allí estaba aparcada la furgoneta que había alquilado para ese fin de semana.

Llegaron al Sur y aparcaron en el terraplén que estaba a 300 metros de la playa. Fueron a la parte de atrás de la furgoneta y él encendió la lámpara. Allí estaba el colchón hinchable cubierto por las sábanas verdes. Ella se tumbó y revisó la escenografía. Y allí estaban todos los carteles llenos de promesas y sonrisas artificiales. Todos. La norma siempre era la misma: su libido era profundamente democrática y para hacer el amor apasionadamente debía estar rodeada de los carteles de todas las organizaciones que se presentan en cada cita electoral. Y debía haber sólo un cartel por partido político o coalición. Él llevaba mejor esta campaña electoral porque no había ningún Pablo Iglesias en las fotografías. La barbie, la risitas, el moderno, el mexicano o los ancianitos no le hacían la competencia. Después de mirar todos los carteles, mientras él la acariciaba, la temperatura había subido lo suficiente como para entregarse a una noche de pasión, de besos furtivos, de lenguas que no tenían fronteras, de pieles que ardían?

Ningún candidato ni candidata había imaginado nunca durante las tediosas sesiones fotográficas que su cartel iba a servir para algo distinto a la propaganda pejiguera. Dos amantes en una isla que nunca iban a coincidir en el voto tenían la misma perversión sexual, la libido solo les venía con la escenografía de las elecciones. Allí estaban ellos con sus cuerpos desnudos, aunque la pornografía verdadera estaba más en algunas coaliciones protagonizadas por algunos candidatos de esos carteles. Sin democracia no hay sexo.

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