L os mercados forman parte del paisaje de mi infancia. Cuando era chiquillo los sábados acompañaba a mi padre al mercado del Puerto. Como en el anuncio de Quillet "aquí puedes encontrar desde un alfiler hasta un elefante", Segundo vendía de todo. Tabaco, bebidas, llaveros, toallas, bolígrafos? Recuerdo que al mercado del Puerto llevábamos en el coche miniaturas, pequeñas botellas (no existían las latas) de güisqui, ron o vodka.

En el mercado del Puerto había un señor manco que tenía un puesto donde vendía tabletas de chocolate inglés. Se llamaba Manolito, pero mi padre cuando estaba conmigo en el coche siempre me decía "vamos a venderle miniaturas a manquito", a mí se me iluminaban los ojos y le soltaba siempre la misma pregunta "¿podemos comprar chocolate inglés?", y Segundo me respondía "si te portas bien, sí". Por la cuenta que me traía siempre me portaba bien. Pero un día me porté mal, aunque en realidad fue una reacción propia de la inocencia de la infancia. Cuando llegamos al puesto de Manolito se me ocurrió preguntarle al hombre: "Manquito, ¿tiene chocolate inglés?". Manquito soltó una carcajada, pero a mi padre se le subieron los colores, se quedó encarnado como un semáforo. "¡Juan Ramón, qué dices!", me dijo mi padre enfadado y le dijo a Manolito que no me diera chocolate, pero precisamente ese día el buen hombre me regaló la tableta "Segundo, estás bobo, ¿tú te crees que yo no sé que la gente me llama manquito cuando no estoy delante?".

Con mi padre conocía los mercados por fuera, los puestos que vendían recuerdos para turistas, tabaco, miniaturas y algunas figuras horteras de toreros y muñecas flamencas. Con mi madre paseaba por el interior de los mercados, las mejores papas estaban en un puesto, los plátanos más ricos en otro, los pescados con los ojos más frescos en la pescadería que estaba en una esquina. También tenía que portarme bien cuando paseaba con Carmela mirando aquellos mostradores tan altos. La recompensa podía llegar en forma de unos caramelos de nata o de un pan de huevo.

Ahora los mercados son otra cosa. Ahora los mercados no tienen rostro ("aunque tienen una cara que te cambas" pensamos muchos), y se llaman Ibex, DAX, CAC, FTSE? El economista José Luis Sampedro escribió "más que en una economía de mercado vivimos en una sociedad de mercado, donde todo tiene su precio en vez de considerarse su valor. La crisis financiera estalló por el abuso de los beneficios, pero el hecho de que los daños no los hayan sufrido tanto los causantes como sus víctimas (con pérdidas o con desempleo) es consecuencia de la estructura del sistema".

Parece que los mercados financieros están nerviosos porque el gobierno elegido por los griegos quiere preguntar a los ciudadanos si aceptan un nuevo plan que considera intocable el pago de los intereses de la deuda contraída por gobiernos anteriores. Los intereses de la banca privada son intocables, los derechos sociales de los griegos se pueden recortar sin límites. El dilema del pueblo griego me recuerda al relato que escribió Eduardo Galeano donde contaba que una vez un cocinero convocó a un pollo, un faisán, una codorniz y un pescado (de esos que existen en los mercados de mi infancia no en los de los especuladores que gobiernan el mundo). En esa asamblea en el restaurante el cocinero les preguntó a los animalitos: "los convoqué para preguntarles ¿con qué salsa quieren ser cocinados?". Una gallina valiente abrió el pico y dijo: "perdón, ¡es que yo no quiero ser cocinada!". Y el cocinero respondió: "Eso, bajo ninguna circunstancia está en tela de discusión". Al menos el cocinero tenía un puntito de voluntad democrática, los mercados financieros quieren freír a los griegos y no les dejan ni elegir la salsa.

www.somosnadie.com