No hay duda de que las buenas entrevistas ayudan al lector a conocer la obra de los escritores. Cuando el entrevistador es capaz de formular las preguntas adecuadas y de mantener un diálogo sustancioso, la entrevista cubre espacios de ese "lugar faltante" presente en cualquier obra literaria. Es la impresión que he tenido mientras leía Toda la vida preguntando, delicioso libro del periodista, escritor y editor Juan Cruz Ruiz (Tenerife, 1948) recién publicado en la editorial Círculo de Tiza. El libro lleva un prólogo de Mario Vargas Llosa y contiene una larga serie de entrevistas del autor con escritores. Algunos son españoles y la mayoría, extranjeros. Nombres de la literatura universal como los de Julio Caro Baroja, Doris Lessing, Pablo Neruda, María Zambrano, Gabriel García Márquez, Orhan Pamuk, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Susan Sontag y Günter Grass forman parte, junto a otros, de la lista de entrevistados.

Juan Cruz cuenta que hizo su primera entrevista a los 18 años, nada menos que a Julio Caro Baroja. Trabajaba en periódicos desde que era un chiquillo de 14 años y entre los diferentes géneros que alternaba era la entrevista el que le parecía más interesante. Le permitía preguntar y escuchar, esa forma de aguardar el conocimiento ajeno como expresión de la curiosidad. No parece, pues, extraño que, siendo pequeño, su madre dijera de él: "Este se pasa la vida preguntando." Tampoco que hoy él mismo afirme que una entrevista sirve "para seguir siendo discípulo, para aprender de otro, para considerar (antes que nada) que por mucho que sepas de un asunto o de alguien si no estás dispuesto a sentirte sorprendido tras una pregunta es que ni tienes curiosidad ni eres, por tanto, periodista."

Precisamente porque Juan Cruz conoce bien la obra de las personas que entrevista, consigue en Toda la vida preguntando hacer hablar a los escritores de sí mismos, de literatura y del mundo. Y su compañera en los diálogos sigue siendo la curiosidad infantil que no le ha abandonado. Todavía recuerdo un artículo de hace muchísimos años en el que se refería a la ilusión de Lewis Carroll, tal vez la suya: saber de qué color es la luz de una vela cuando está apagada.