Cuando me contaron la historia pensé en eso tan repetitivo y cierto de "la realidad supera la ficción". Me la contaron dos educadores de la Casa del Niño, el orfanato de Martín Freire en el que sucedáneos de monjas y educadores tan entregados como inexpertos y en algunos casos retorcidos dieron cobijo a niños cuyos padres eran lo que entonces se conocía como "pobres de solemnidad". Hijos de padres que solo tenían sus brazos, un sueldo mísero y un carnet de la Beneficencia que les facilitaba médico y medicinas en tiempos negros de la España más negra. Esos niños son hoy padres y abuelos. Hace unos días hicieron su reivindicación al Ayuntamiento de LPGC para que la casa que mató tanta hambre y dio techo a los niños pobres sea recuperada como centro sociocultural. Y más; que los archivos, las fichas escolares con datos personales, sean localizadas y protegidas; que sus propietarios, esos hombres de los que hablo, tengan fácil acceso a una página crucial de sus vidas. Ya les dije que tengo documentación que solo les pertenece a ellos. Está a su disposición. ¿Cómo llegó a mi?, algunos desalmados que "velaban" por la seguridad del centro de acogida aprovecharon uno de los tantos incendios sofocados allí dentro para rapiñarlas y hacérmelas llegar. Hubo una época en la que transité mucho la Casa del Niño y pude conocer historias abrumadoras. Una especialmente. Vuelvo al inicio de mi columna y la cuento. Un día la población escolar vio incrementada su clientela con tres hermanos. Hijos de la mala suerte.

Esos niños, a los que con el tiempo conocí ya hombrecitos, eran de Granada. Viajaron a Gran Canaria con sus padres que en los destartalados años setenta se podían permitir el lujo de disfrutar de vacaciones. Gente rica. Los cinco, el matrimonio y los tres hijos, llegaron a la isla y se hospedaron en el Sur. Desde allí se movían con comodidad y, poco a poco, recorrieron esta tierra. No sospechaban que ese viaje cambiaría al rumbo de sus vidas. La tarde que el matrimonio decidió conocer la capital lo hicieron con un coche de alquiler. A la altura de la potabilizadora un camión arrolló el vehículo. El matrimonio murió y los tres niños apenas sufrieron rasguños. Desde ese día la casa de los tres fue la Casa del Niño. Allí crecieron y allí hallaron a dos educadores que sustituyeron con sobresaliente a los padres que perdieron.

La familia biológica no les dio cobijo.

Nosotros, sí.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com