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Contra viento y marea

Mal sabor de boca

Amí el culebrón griego me ha dejado a la vez relativamente aliviado y con mal sabor de boca. Lo ocurrido ha sido muy grave, tendrá consecuencias futuras y no me refiero solo a la economía sino a la política, porque como ha dicho Juncker el acuerdo se ha logrado por miedo y no por sabiduría.

Me siento aliviado porque llegué a temer que Grecia saliera del euro (todavía puede ocurrir) por la rigidez calvinista y autosatisfecha de nuestros socios nórdicos, convencidos de su superioridad moral sobre los países del sur, cuyo hedonismo y alegría de vivir siempre han visto con sospecha. ¿O será con la envidia del que sabe que nunca podrá ser como ellos? Los griegos son menos productivos que los finlandeses, sus más acérrimos oponentes, pero no trabajan menos horas al año, como acaba de revelar un estudio europeo y por lo tanto no son esos vagos holgazanes que el norte caricaturiza con entusiasmo. En cierta ocasión almorzaba con el jefe del gabinete del ministro alemán de Exteriores cuando me mostró un periódico (alemán) con una foto de un típico chiringuito griego junto al mar repleto de gente tomando copas. "Mira -me dijo con ferocidad- mira cómo viven esos griegos con nuestro trabajo". Me bastó una ojeada para responderle "¡todos los clientes parecen alemanes, aquí los únicos griegos son los camareros!" Pero su comentario indicaba que el daño estaba hecho, así los ven y por eso los han tratado así en esta crisis.

No es que los griegos no tengan culpa pues se han ganado a pulso la imagen de gente marrullera y poco seria. A lo largo de los años nos han engañado salvajemente con sus cuentas públicas falseadas, con su sistema corrupto y clientelar y con su falta de voluntad de reformar lo que no funcionaba, que era casi todo. Me gusta Grecia, tengo allí muy buenos amigos que lo están pasando fatal, la he visitado con frecuencia y lo que allí pasaba era un secreto a voces que de repente se ha destapado cuando se ha cerrado el grifo del dinero ajeno con el que se pagaba tanto despilfarro. Entonces los griegos, avergonzados de sus partidos tradicionales y metidos en un callejón sin salida eligieron el cambio con Syriza y Tsipras les prometió el oro y el moro, otra vez con el dinero de los demás europeos a los que no solo no había consultado sino que se permitía amenazarles y hacerles desplantes... hasta que logró quedarse sin amigos que le defendieran cuando llegó el lobo, se quedó sin liquidez y tuvo que racionar el dinero de sus conciudadanos con un corralito bancario. Entonces se envolvió en la bandera de la dignidad nacional y convocó un referéndum para obtener el respaldo de su pueblo entre los aplausos de la extrema derecha de Le Pen y la extrema izquierda de Pablo Iglesias, que alababan tanto esa muestra de democracia como ese desafío a los capitalistas malvados de Bruselas, cuando lo que realmente quería Tsipras era quitarse el muerto de encima y pasar a otros la responsabilidad del lío en el que se había metido. Al final nos engañó a todos porque al día siguiente de ganar clamorosamente el no (que él defendía) se fue a Bruselas y dijo sí a un trato peor que el que su pueblo acababa de rechazar. Comprendo el enfado de muchos griegos (un 83% se sienten engañados) y sobre todo de los que votaron a Syriza. No es para menos. Y, sin embargo, los viejos políticos están tan desacreditados que Tsipras volvería hoy a ser elegido. Es igual, porque la política a partir de ahora no la hará él, ni siquiera se hará en Atenas sino en Bruselas y porque se le llame como se le quiera llamar, al final habrá que hacer una quita de una deuda que Grecia nunca podrá pagar.

Pero algo se ha roto en Europa con esta crisis, no me ha gustado nada la dureza rayana en el desprecio con la que los europeos han tratado a los griegos, parecía que no se trataba solo de acabar con el gobierno de Tsipras sino de disuadir para siempre de votar a partidos similares (por irresponsables). Cada vez hay menos solidaridad en Europa y más renacionalización de políticas como vemos en la forma de tratar la inmigración y además se ha roto el principio básico de que la pertenencia al euro era tan indisoluble como el matrimonio canónico.

Ni Grecia ni el euro estaban preparados para esta crisis. Grecia no debería haber entrado en el club y el euro necesitaba una Europa más integrada, un Banco Central similar a la Reserva Federal americana, una unión fiscal y una unión bancaria. Por lo menos. Empezamos la casa por el tejado aunque quizás no sea tarde para aprender la lección y hacer ahora lo que se debió haber hecho años atrás para recuperar la ilusión popular por el proyecto europeo, que hoy se ha perdido. A grandes males, grandes remedios porque tenemos encima 2017 con dos embates de categoría que exigen una preparación muy seria por nuestra parte: elecciones en Francia donde el antieuropeo Front National de Le Pen puede tener buenos resultados, y el referéndum de Cameron sobre la permanencia del Reino Unido, sobre el que Merkel y Hollande ya han fijado sus líneas rojas. Sería bueno saber qué piensa nuestro Gobierno sobre estas cosas si es que lo hace. Es el futuro de Europa, nuestro futuro, el que está en juego.

(*) Embajador de España

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