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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Wert, 'no molestar'

El 22 de marzo de 2015, en medio de la mañana lluviosa que encharca Agüimes, el filósofo Zygmunt Bauman ni pensaba ni tenía entre sus preocupaciones al ministro José Ignacio Wert, como es obvio. Fue en la sexta pregunta de la entrevista cuando empezó a hablar de su nuevo juguete teórico, la adiaforización, que viene a ser como la especie de barniz del que se ha cubierto el hombre de la modernidad líquida, y que le hace insensible a las desgracias ajenas, a las injusticias, a los estados dolorosos de insolidaridad... Y todo por buscar la autosatisfacción personal. ¿Peca uno de retorcimiento extremo al aplicar la adiaforización al nuevo inquilino de Avenue Foch?

Allí, cerca del lugar donde Cristina Onassis no pudo resolver su crisis personal, va a vivir el exmiembro del gabinete de Rajoy, nombrado con los calores de verano, y antes de la zambullida en el río, embajador jefe de la Delegación Permanente de España ante la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) en París. Un cargazo que parece nunca acabar, con piso de 500 metros cuadrados, alquiler de 11.000 euros al mes, sueldo de ejecutivo del IBEX 35, chófer, auxiliares... Todo lo que usted y yo no veremos, y menos después de dejar un sistema universitario arrasado, la secundaria y el bachiller con una crisis de caballo y el mundo de la cultura acogotado con un IVA que ha sido como las llamas del infierno para el teatro, el arte, el cine y la música.

No hay duda alguna, José Ignacio Wert padece de adiaforización, y el presidente de incapacidad manifiesta para detectar el problema. El exministro (algo en lo que Rato fue precursor en la presidencia del FMI) ha pedido una recompensa por el uso diestro del machete, algo más lujoso y hedonista que el aburrimiento soberano de las sesiones ministeriales o la persistente exigencia de los rectores. Y nada mejor que París para curarse de la incomprensión, entre las copas de champán, el verbo políglota, los uniformes impolutos, los mayordomos, los pasajes que tanto amó Walter Benjamin y que puede celebrar este opíparo tripulante de la suerte... En el fondo le tengo una envidia sibilina: alejarse del caos, de la menesterosidad cargante de Montoro y de la mono-tonía de Rajoy. Vivir la vida, ¿qué más se pue- de pedir?

Pero no es lo único, ni lo más literario. Está el amor, sí, el amor. El sentimiento que pone patas arriba la trayectoria unidireccional y la convierte en curvilínea, que a veces provoca espanto (¡pero cómo puede ser!) a los que están fuera del nexo, y que tantas y tantas satisfacciones da a los enamorados, que enajenados, turbados por las palpitaciones, se echan la capa sobre sus cabezas y deciden defender el galardón que les ha puesto delante la vida cuando ya está a punto de llegar la edad más crepuscular. José Ignacio Wert reclamó el destino diplomático para estar junto a Monserrat Gomendio, mujer con la que comparte todo, hasta la conciencia exacta de cuántos machetazos le han dado a la cultura y la educación en España, pues por algo fue ella secretaria de Estado de Educación, y que también ha tenido la suerte de ir a parar a esa OCDE. Lo repito: tengo una envidia asquerosa frente a esta pareja que parece tenerlo todo, a la que imagino con sus aspiraciones saciadas y más que saciadas.

¿Justifica el amor la adiaforización de Wert? ¿Puede perdonar su marcha y tocata el becario que ha sido víctima de los experimentos del ministro? ¿Resulta apto para todo los públicos irse al paraíso con tantos y tantos jóvenes investigadores en situación de éxodo científico? Lo dejo a juicio de ustedes. Ahora, hay un aspecto sabroso e inexcusable: la mayoría de los españoles suspiran por una regulación del horario laboral que contribuya la conciliación familiar, donde parece que estamos a años luz de nuestros colegas europeos, a los que, con gestos como el de Susana Díaz, la presidenta andaluza, tratamos de demostrar que hay acceso libre en las empresas al permiso de maternidad. La situación, nada boyante al respecto, se extiende a un catálogo de detalles que nos ponen a la cola en cuanto a los impedimentos de los trabajos para alcanzar la pax familiar.

Y, en este sentido, no hay que poner en duda que Rajoy se sintió responsable en su cometido de ayudar a una mayor y mejor conciliación en la biografía de José Ignacio Wert. El presidente, incapaz de sacar adelante una ley que nos posibilite merendar con los hijos, se ha lanzado a hacerlo desde los resortes que tiene a mano, es decir, ha decidido empezar el proceso por la punta de la pirámide y no por la base. El resto de los españoles, que aspiramos a ser suecos en el asunto, observamos con perplejidad y cierto morbo el tacticismo del presidente. Hay que decir, no obstante, que la OCDE como lugar para curar las heridas no es exclusivo del PP: Zapatero también mandó a Cristina Narbona. Da la sensación, en detrimento de los profesionales de la diplomacia, de que el destino está para abonar los servicios especiales prestados, y para borrar la mala hierba que uno lleva dentro, como sucede en el caso Wert, que ha tenido que soportar fumigaciones de un lado y de otro.

Yo lo he intentado explicar lo mejor posible. Pero tengo la clarividencia íntima de que, con el paso del tiempo, la política (y el pegamento que la une) acelera su tránsito hacia la ficción. Todos pensamos que este señor lo ha hecho fatal, que no merece más que lo que le corresponde, salir a la calle y ponerse a buscar su economía con los mismos derechos que el resto. Sin embargo, su valoración ministerial, la peor de todas, ha sido premiada, catapultada, elevada a lo más alto, al destierro dorado, al poder más hermoso, a la cura contra el malestar nacional... No será molestado, ponga en la puerta de Avenue Foch, en el dorado pomo, 'no molestar'... La rama del árbol se refleja en el ventanal de la sede. Una joven criada, de vestido impoluto, sirve el café. ¿Adiaforización? La pareja ríe y habla en francés.

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