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Cien líneas

Dialéctica

La dialéctica, madre de todas las sabidurías. Y la mejor prueba es que los necios no la entienden: son fijistas y de ahí no hay quien los saque. Esto es así o es asao, dicen.

La dialéctica enseña que todo está compuesto por dos partes que encima son dinámicas. Todo se divide en dos, cada mitad en otras dos y así hasta el infinito suponiendo que ese límite exista, que lo dudo. Viene esto a cuento de Albiol. O, mejor, de Mariano Rajoy. Y de la política en general.

Un líder tiene que asentarse siempre sobre dos contrarios. En la derecha española se ve muy bien. Franco se apoyaba en azules y tecnócratas. Cuando la pata posfalangista zapicó todo se vino abajo. Por cierto, eso de que Franco se murió en la cama es cierto, obviamente, pero a esas alturas el franquismo no existía por el desequilibrio indicado. José María Aznar gobernó acertadamente porque tenía a un lado a Francisco Álvarez Cascos, heredero de la tradición social, republicana y aconfesional, y al otro, a Rodrigo Rato, liberal, monárquico y creyente -lo de menos es que Cascos vaya o no a misa o que Rato pierda o no los vientos por la Corona- y entró en crisis cuando Cascos perdió la vicepresidencia.

Rajoy reinó hasta el otro día por hundimiento de la izquierda. O sea, con una sola pata: los tecnócratas. A primeros de enero ese cuento estaba agotado y pidió socorro a Aznar, Aguirre y tal. Los tecnócratas se lanzaron a muerte contra ese sector. Llegaron a filtrar durante la campaña electoral la declaración de Hacienda de Aguirre. Ahora Rajoy, con el agua al cuello, vuelve a tantear la dialéctica a cuenta esta vez de Albiol. Los tecnócratas van a ir a por él a muerte. Son como la mala madre de la historia de Salomón.

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