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La ciberesquina

Vacaciones analógicas

Para los que trabajan, agosto concede unas vacaciones que llenar con algo más que playa, piscina o interminables aperitivos de terraza. Quedan un puñado de horas al día para desperdiciar delante de la tele, castigarse con los torneos veraniegos o ponerse al día con las series pendientes. También, para procastinar: novelerear en las redes, mayormente desde el móvil. El smartphone, mejor dicho, que incorpora tentaciones para mantener el cacharro encendido. Hasta el 60% de sus portadores ya no lo apagan durante sus días libres.

Así, la evolución tecnológica nos ha venido a regalar una nueva postal estival: la de los bañistas conectados a pie de agua, subiendo a Instagram cómo luce el chiringuito al atardecer, o respondiendo por Whatsapp al primo ocioso en Morro Jable (por ejemplo). El vicio -trivial- tampoco es que amenace los cimientos de la civilización occidental, no nos pongamos histéricos. Pero no conviene entregarse sin reservas a la experiencia digital, ahora que no molesta el jefe.

Por seguridad, mayormente. ¿Para qué colgar en la web un cartel de casa vacía? Retransmitir las vacaciones on line no es aconsejable, alertan las fuerzas de seguridad. Otra vez. Al hilo, un estudio de la consultora TNS Opinion revela que el 40% de los usuarios españoles no configura las preferencias de privacidad de sus cuentas. ¡A estas alturas! Imagínese, la huella digital del guiri, en abierto. Y ya no hablamos sólo de seguridad... Sandalias con calcetines blancos en el Timeline. ¿Es necesario?? La escapada, si se puede, se sea también un poquito analógica.

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