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Beda en la ruta 66

El monje benedictino Beda el Venerable (siglo VIII) nunca copió nada sin haberlo entendido antes, pero a veces se apoyaba en fuentes escritas para hablar de cosas que podría haber observado con sus propios ojos como, por ejemplo, su descripción de la muralla romana que estaba muy cerca de su monasterio. Supongo que es mejor describir una muralla romana teniéndola delante que hacerlo fiándose de lo que otros han escrito, aunque el placer de escuchar a Peridis describiendo una iglesia románica no está muy lejos del placer de ver esa iglesia con nuestros ojos. Pero no siempre lo que queremos ver está cerca de nosotros, así que debemos fiarnos de otros que sí lo vieron. Yo me fío de Justine, la incansable viajera de Globe Trekker (Canal Viajar), así que no tengo más remedio que creer lo que vi a través de sus ojos en el maravilloso documental Norteamérica: la ruta 66 y más allá. Vi una pequeña ciudad en el Estado de Carolina del Norte que se llama Sparta en la que los ancianitos bailan los sábados por la noche en un local que ningún cineasta sería capaz de imaginar. Viajé 755 kilómetros por la Vía de las Montañas Azules donde, lo juro, están prohibidas las vallas publicitarias y los negocios. Me subí en un autobús rosa en Nashville en el que dos hermanas explican la historia del country mientras cantan, y en el trayecto me fijé en un tipo que llevaba una camiseta que ponía: "Vote Charlie Sheen for President". Comí carne en uno de los 246 puestos que participan en el campeonato del mundo de cocina en barbacoa de Memphis. Seguí los pasos de los patos que viven como reyes en el hotel Peabody. Escuché blues en Wild Bills, un garito del norte de Memphis. Recorrí los enormes corrales de Oklahoma City. Aprendí cómo se mide el picante escuchando en El Pinto de Albuquerque a un tipo conocido como el Papa de los pimientos. Pasé por el lugar donde se probó la primera bomba atómica, en Nuevo México. Visité el cráter de un meteorito que cayó cerca de Winslow hace 50.000 años después de pagar la entrada porque el cráter es, créanme, de propiedad privada. Yo no estuve en todos esos sitios, pero Justine sí. Y, como Beda el Venerable, lo copio para ustedes, aunque sin estar seguro de haberlo entendido bien todo.

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