La Provincia - Diario de Las Palmas

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La intentona fracasada con el almirante

En los años cuarenta del siglo pasado, en plena guerra mundial, el Gobierno de España, recién salido de una cruenta guerra civil, ordena confiscar, requisar o incautar, el muelle comercial de Santa Catalina, conocido por el Muelle Martinón o del Pino, en Las Palmas de Gran Canaria, para instalar un Arsenal Militar de la Armada. Efectúa la requisa el Capitán de Fragata Luis Meléndez Bojard, al que como recordatorio de esa acción se le ha impuesto su nombre a una preciosa plaza pública cercana al Parque Romano de Las Palmas. Desde entonces es utilizado, exclusivamente, como base de apoyo de la Armada en Canarias.

De vez en cuando, como le pasa al nacimiento del río Guadiana, las autoridades de Las Palmas solicitan, y creo que con razón, que ya no existen motivos para que en el centro de la ciudad exista un Arsenal Militar y proponen su devolución.

Estos días se reitera esa petición y LA PROVINCIA publica diversas opiniones de autoridades locales y de otras personalidades de la ciudad.

He leído un artículo firmado por el exalcalde Juan José Cardona, y me ha hecho recordar la primera ocasión en la que se pidió ese traslado.

En los años sesenta, del siglo pasado, en plena dictadura, las autoridades locales y miembros destacados de la ciudad, decidieron ir a visitar al Almirante para pedirle su influencia ante el Gobierno con el fin de devolver a la Ciudad el citado muelle que consideraban necesario para el desarrollo económico de la ciudad y que el Arsenal se trasladase a otro lugar de la isla.

El Almirante los recibió y les dijo que tenían razón, que coincidía con ellos y que pondría el asunto, inmediatamente, ante el Ministro de Marina, para que este influyera ante el Gobierno y se buscase una nueva ubicación para el Arsenal, devolviendo al uso comercial un muelle situado en el centro de la Ciudad. Naturalmente, les advirtió, que esto suponía un coste de las nuevas instalaciones militares que la Armada necesitaba y que debería correr a cargo de la ciudad. Aquellas personalidades salieron muy contentas de la visita y dieron por hecho que la propuesta prosperaría, aceptando el coste de las nuevas instalaciones.

Pasados unos meses el Almirante citó a aquellas personalidades y los recibió en su despacho. Les dijo que todo estaba encaminado y que el Gobierno había aceptado devolver el citado muelle a la ciudad y ubicar el Arsenal en otro lugar. Que deberían estar contentos con el Gobierno porque, además, el coste de las nuevas instalaciones no tendrían que pagarlo.

El más representativo de aquellas personalidades le dio las gracias al Almirante por su colaboración y tan rápido desenlace y le rogó que les informase de cómo se había conseguido todo tan rápido y sin coste alguno para la Ciudad.

El Almirante, un viejo militar de la época, descendiente de una estirpe de marinos, les dijo que el Cabildo de Santa Cruz de Tenerife les había ofrecido trasladar el Arsenal a Montaña Roja, en la Isla de Tenerife, y que corrían ellos con todos los gastos que ocasionasen las nuevas instalaciones.

Ante aquella información, las personalidades de Las Palmas se quedaron perplejas y le rogaron al Almirante que el Arsenal se quedase en Gran Canaria, que ellos corrían con los gastos, pero que de ninguna manera se trasladase a Tenerife.

El Almirante les dijo que la ubicación del Arsenal era un teme estratégico y que su ubicación estaba condicionada por la defensa nacional.

Aquellas personalidades, al instante, le indicaron al Almirante que desistían de su petición; que era mejor que el Arsenal se quedase donde estaba y que así se lo hiciese saber al Ministro y al Gobierno.

El Almirante les dijo que así lo haría, los despidió amablemente y cuando todos se fueron sus carcajadas resonaron en todo el edificio.

Hoy, igual que entonces, y en cada ocasión que se ha insistido, la culpa es del inconveniente de la estrechez de miras de las autoridades locales: el insularismo que todavía existe y no permite prosperar a esta Comunidad.

Aquel Almirante conocía este aldeano proceder y lo utilizó.

Cardona, el exalcalde, cincuenta y tantos años después, se reafirma en lo mismo: ¡fuera de ahí, pero en mi isla!

A finales de los setenta se creó una comisión que estudió una ubicación estratégica del Arsenal; se decidió el lugar y no prosperó porque su coste era elevado y la situación económica no lo permitía. El lugar escogido entonces quizás no sea el que hoy conviene para la defensa nacional.

No puedo cerrar este escrito sin afirmar que, a mi juicio, el Arsenal de la Armada no debe estar en la situación actual, zona de muchísima importancia para promocionar la economía de la ciudad. Pero también señalar que, cuando se proponga su traslado, dejen que sean las autoridades militares las que encuentren el lugar estratégico adecuado, facilítenle los inconvenientes que puedan surgir y acudan ante el Gobierno del Estado para que se haga cargo de los costes que esto significa. Es decir, faciliten la solución al problema.

*Coronel de la Armada (retirado)

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